Dudo que nadie me crea por lo extraordinario de esta historia, pero no tengo más remedio que hacerla pública. Es, en cierto modo, una orden del más allá, una imposición de la que no me veo con fuerzas para eludirla.
Todo comenzó una noche, semanas atrás, estando yo en mi domicilio y en pleno sueño. Alarmado, me incorporé en la cama después de escuchar unos enérgicos golpes en la puerta de entrada del bajo. Presté atención desde la oscuridad de mi cuarto, con los sentidos agudizados, esperando que hubiera sido una falsa alarma, cuando dos sonoros golpes aporrearon de nuevo la puerta.
Se me secó la garganta y quedé paralizado al pensar en que hubiera alguien dentro de mi casa. “Ya estoy en tu salón”, escuché claramente reconociendo la voz sin duda alguna. “Ahora voy por la escalera”, prosiguió la voz avisándome de su cercanía y acompañada de un “pom” hecho con el bastón a cada escalón que subía. No podía moverme, estaba bloqueado por el miedo.