LA MARIONETA

Dudo que nadie me crea por lo extraordinario de esta historia, pero no tengo más remedio que hacerla pública. Es, en cierto modo, una orden del más allá, una imposición de la que no me veo con fuerzas para eludirla.
Todo comenzó una noche, semanas atrás, estando yo en mi domicilio y en pleno sueño. Alarmado, me incorporé en la cama después de escuchar unos enérgicos golpes en la puerta de entrada del bajo. Presté atención desde la oscuridad de mi cuarto, con los sentidos agudizados, esperando que hubiera sido una falsa alarma, cuando dos sonoros golpes aporrearon de nuevo la puerta.
Se me secó la garganta y quedé paralizado al pensar en que hubiera alguien dentro de mi casa. “Ya estoy en tu salón”, escuché claramente reconociendo la voz sin duda alguna. “Ahora voy por la escalera”, prosiguió la voz avisándome de su cercanía y acompañada de un “pom” hecho con el bastón a cada escalón que subía. No podía moverme, estaba bloqueado por el miedo.

“Ya estoy en el pasillo”, continuó la voz, entre amenazadora y burlesca. “¿Aún no sabes quien soy?”No podía responder, no me obedecían las cuerdas vocales de mi garganta. No podía decirle que sí, que sabía quien era, que no conocía otra voz que se pareciera a la suya.
“Ahora voy a entrar en tu cuarto, si es que no estoy ya bajo tu cama”. Abrí los ojos espantado al pensar en esa posibilidad, la voz ahora parecía venir de cualquier rincón de mi habitación.
De pronto apareció en el umbral de la puerta. Su figura imponente, rematada con una abundante barba rojiza y bastón en mano, se hizo visible de sopetón en la oscuridad.
— ¿Qué quieres de mí, espíritu?—pregunté con la voz rota.
— ¿Qué quiero? ¡Vivir!, ¿te parece poco lo que quiero, miserable?—respondió la aparición con rabia.
— ¿Y porqué yo? ¡Usted ya no está entre nosotros, pero eso no es culpa mía!
— ¡Cómo te atreves, cobarde!—me dijo, aún más iracundo.
— ¿Viene a vengarse de mí por…?
—Vengo a reclamar mi derecho, ¡vago, inconstante!
— ¿Qué derecho, a qué se refiere? No comprendo…
— ¡El de la vida!—dijo alterando más su tono de voz—, el que tú me niegas desde hace meses con tu indolencia, falta de constancia y desprecio, pues son ya más de ciento cincuenta días y sus noches sin escribir una sola letra.
—No entiendo… ¿Yo?—no sabía de qué iba el asunto y no tenía claro qué responder.
— ¡Sí, tú! Un buen día tienes la feliz idea de crearme y otro nefasto día decides matarme sin compasión alguna. No me refiero a morir físicamente, si no a tu decisión de no seguir dando vida a tu personaje literario, eso para alguien como yo representa su muerte.
—Esto no puede ser cierto—dije tratando de levantarme de la cama sin conseguirlo—, ¿Quieres hacerme creer que eres el personaje de mis relatos? ¿Don Fernando Fernán Gómez?—acabé por gritarle histérico.
La visión que tenía frente a mí no tuvo tiempo de responder, cuando dos estridentes golpes sonaron en la planta baja. “Ya estoy aquí”, volví a reconocer la misma voz de nuevo, para mi mayor locura. “Estoy pasando por tu salón”, continuó diciendo. Luego, mientras sonaban los golpes del bastón en los escalones, continuaba la voz cavernosa insistiendo: “Ya estoy en el pasillo que da a tu habitación”.
Otra vez en el umbral de la puerta aparecía la misma silueta. No cabía la menor duda; otro Don Fernando, idéntico al primero, permanecía mirándome inquisidor.
Antes de dirigirse a mí, miró de reojo a su doble y dijo:
— ¿Qué haces tú aquí, pasmarote?
— ¡Eso me pregunto yo! ¿Qué pintas tú aquí?, este no es tu sitio. No te metas donde no te llaman y déjame hacer—.Respondió indignado el personaje.
— ¡Alto, engendro! ¿No pretenderás darme órdenes a mí, al verdadero, único y genuino Don Fernando Fernán Gómez?
—Tú ya no estás entre los vivos, no tienes nada que hacer aquí.
— ¿Y tú sí? ¡Si ni siquiera existes! No eres otra cosa que un patético personaje literario sin sustancia, vida, ni cuerpo físico. —dijo el espíritu complacido de infligir daño a su réplica.
—Aquí el único sin existencia eres tú, a mí me dio la vida él—me señaló con su bastón—, y ya no hay marcha atrás.
—Si que la hay—dijo de forma inquietante el actor—, he venido a hacer justicia y así va a ser, como me llamo Don Fernando Fernán Gómez.
— ¿Quieres enfrentarte a mí? ¿Tendrás valor, espíritu inmaterial?—le retó el otro—, ten en cuenta que él me hizo más fuerte y enérgico que tú y nada podrás contra mi furia.
—Sí, en eso tienes razón, algo se le fue la mano al describirte con su ligera pluma, exagerando mis “cualidades”, pero de igual manera te doblegaré ya que me asiste la razón y la legitimidad.
—Poca fuerza es esa para detenerme, quédate ahí, no te inmiscuyas en este asunto que vengo a resolver y saldrás mejor parado—. Amenazó con insolencia el personaje.
— ¡Pardiez que eres obstinado!, tendré que usar otras armas.
Al decir esto Don Fernando, el genuino, se acercó hasta la mesita de noche, junto a mi cama, tomó mi bloc de apuntes y mi pluma y me los colocó en las manos mientras me ordenaba enérgico: ¡Escribe! : “Don Fernando quedó mudo, paralizado donde estaba”—. Obedecí atemorizado y una vez acabé de plasmar sobre el papel su dictado, el personaje quedó en el centro de la habitación como una estatua; inmóvil y callado.
—Bien, luego ya me encargaré de ese engendro, ahora vayamos a lo nuestro: ¿Quién te ha dado el consentimiento para caricaturizarme de esa manera tan grosera hasta ridiculizar mi verdadera personalidad?
—Per…perdone, yo…—No era capaz de articular nada con coherencia, solo balbuceaba. Me negaba a esas alturas de los acontecimientos a dar credibilidad al hecho de estar ante el espectro de Don Fernando y por si eso fuera poco ante mi propio personaje literario. Forzosamente debía estar teniendo una pesadilla, no podía ser de otro modo.
—No, no estás soñando—aclaró él leyendo mi pensamiento—, estoy aquí respondiendo a tu llamada.
— ¿Qué llamada?—acerté a preguntar.
—Esta carta—dijo mientras me mostraba un folio salido de la nada que mantenía agitando en su mano.
La reconocí, sí, esa carta la había escrito yo meses atrás y la guardaba en un archivo de mi ordenador. Iva dirigida a él, pero nunca se la envié por serme imposible localizar su dirección. La carta decía así:
“A Don Fernando Fernán Gómez:

Estimado señor, el motivo de dirigirme a usted es por el hecho de haberme atrevido a escribir unos relatos de humor en los que su nombre aparece como personaje principal siempre.
Todo empezó a raíz de su encuentro con un admirador al cual envió usted a la mierda ante las cámaras de televisión. He de reconocer que, aunque lo tenía en gran estima como uno de los mejores actores de nuestro país por haber visto muchas de sus películas, hasta ese momento, yo también caí en el negativo influjo de los medios y me sumé a esa legión de ciudadanos que recriminó su actitud grosera para con un admirador.
El caso es que, aficionado como soy a sacar punta de las situaciones o anécdotas que nos proporciona el mundo en el que nos movemos, me puse manos a la obra y escribí mi primer relato sobre usted con toda la mala intención de ponerlo en evidencia ante los escasos lectores que forman mi entorno: amigos, clientes de mi barbería y familiares. Tuve bastante éxito y eso me animó a seguir adelante, por lo que poco a poco fui imaginándomelo a usted en varias y extravagantes situaciones en las que lo dejaba mal parado al final.
Con el tiempo transcendió su figura más allá de mi primer intento, que era atacarle a usted personalmente, de tal manera que Don Fernando Fernán Gómez es hoy en día para mí un personaje literario con el cual disfruto poniéndolo en todo tipo de circunstancias a mi antojo.
Lo más gracioso del caso es que, sin darme cuenta, he ido desarrollando en mi interior cierta ternura por él, lo he hecho algo mío y eso ha provocado, por extensión, que su imagen; el verdadero Fernando Fernán Gómez, adopte un aspecto diferente, es como si de alguna manera hubiera recuperado de nuevo esa dignidad que en realidad siempre ha tenido.
No le entretengo más, solo quería compartir con usted mis inquietudes y poner a su criterio la aprobación o no de estos relatos que le adjunto para su posterior publicación.
Reciba un saludo muy cordial.”

Firmado:
Andrés

—Va dirigida a mí, en ella me pides que, no solamente acepte la forma en que me ridiculizas con tu personaje, si no que te dé la autorización para publicar tu trabajo. ¡Es el colmo del cinismo! ¡No, no y no! Es más; vas a liquidar al personaje de una vez por todas y luego, bajo mi supervisión y dictado empezarás una nueva etapa en la que el personaje de Don Fernando Fernán Gómez tenga en sus aventuras la dignidad que se merece. Yo te asesoraré a partir de ahora. Vamos a trabajar en equipo. De esta manera sí, si sigues al pie de la letra mis indicaciones verás tu ilusión cumplida, la de publicar por primera vez.
— ¿Pero, eso es posible? Usted…usted está muerto… ¿Me está diciendo…?
—Mi cuerpo está muerto, pero el genio nunca muere. Vas a tener la gran suerte de contar con un extraordinario colaborador. Tu inspiración provendrá de una fuente inagotable.
—Esto que me pide es injusto, Don Fernando—respondí acongojado
— ¿Porqué? ¿Qué es tan injusto?
— ¿No se da cuenta de que lo que usted pretende es convertirme en su “negro”? Escribiré para usted, para su mayor gloria. A su dictado y libre albedrío. ¿Y mi creatividad? ¿En qué me convierto yo?
—Haberlo pensado antes de meterte en este berenjenal. Mira—me señaló a su doble virtual—, ¡esa es tu creación! ¿Qué hacemos ahora con él? No hay otra solución que destruirlo o por el contrario estará persiguiéndote día y noche sin darte tregua. Y mírame a mí; me has hecho venir hasta aquí para solucionar las cosas. ¿No comprendes hasta donde has llevado este asunto por un capricho tuyo, por tu ansia de notoriedad, de tu vanidad personal? Te sentías importante cuando los internautas del otro lado del Atlántico alababan tu ingenio al leer los relatos en los que yo quedaba patéticamente escarnecido, ¿verdad? Bueno, pues aquí tienes la cosecha de lo que has sembrado. Quien siembra vientos recoge tempestades, ¿te suena?
— ¡No, me niego a seguirle el juego!—. Respondí sobreponiéndome al miedo, tratando de recuperar la compostura.
—No hagas que pierda la paciencia, infeliz. Si te niegas a mi demanda no tendré otra alternativa que permanecer junto a ti noche tras noche, sin descanso, hasta que accedas a avenirte a razones. Estoy aquí con una misión y no me iré hasta culminarla con éxito. Tú no decides en este asunto. El perjudicado soy yo y sólo yo impongo las condiciones. Es mi última palabra, y ahora escribe, ¡vamos! : “Don Fernando Fernán Gómez, el iracundo actor, dejó el mundo de los vivos para regresar en su verdadera esencia como el paciente, tolerante e ingenioso Don Fernando Fernán Gómez autentico y genuino”
No había terminado de escribir la última palabra del dictado cuando el personaje literario, que permanecía sujeto a la voluntad del verdadero actor, se esfumó en el aire sin más.
—Ya estás libre de él—observó el espíritu visitante—, ahora pongámonos mano a la obra y demos a tu nuevo personaje la talla que merece.
— ¿Ahora?—pregunté alarmado.
—A partir de ahora—respondió el espectro con seguridad y casi entusiasmado—, desde este momento establezco una alianza contigo. Seremos uno, puño y letra se podría decir. Yo seré tu inspiración, tú mi mano ejecutora. Te auguro gran éxito, siempre y cuando cumplas con el trato y mis exigencias.
—Usted dicta y yo me limito a transcribir, ¡maravilloso!—protesté indignado.
—Tú dictabas, los demás reían y yo pagaba las consecuencias de tus “gracias”. Las tornas han cambiado, tú empezaste el juego y ahora no puedes pararlo. Es así de sencillo—. Sentenció con aire solemne y firme.
Comprendí entonces lo que debe sentir un autor cuando su personaje le tiene atrapado, secuestrado. Me dí cuenta del peligro que conlleva, en ocasiones, crear fantasmas. Si lo hacemos, tal vez se queden para siempre con nosotros.
Eso es todo. Sé que difícilmente me creeréis, dado lo fantástico de mi relato, pero quiero deciros que a partir de ahora, cuando leáis en el futuro otra entrega que tenga como protagonista a este personaje, sabed que no es obra mía si no que yo no soy otra cosa que una marioneta en sus manos, sin voluntad, sin parte ni beneficio. Ahora es él quien decide por mí.

FIN

Un comentario sobre “LA MARIONETA”

  1. Bueno, bueno, ves la que te has buscado… Yo que tú dejaría de considerarme una marioneta y aprovecharía la circunstancia, dándote cuenta de que la venganza de Don Fernando es positiva para tí.

    Tu relato está muy bien, es largo pero ha mantenido mi interés todo él. Enhorabuena.

    Un saludo.

Deja una respuesta