Hombres de buena fortuna, de bien ganada fama, acrecentadores de su peculio y de su hacienda; moralmente me veo obligado a advertirles del peligro que corren al acercarse a una dama, ingenuamente (sé que sólo pueden ser ingenuos en su presencia) que pasea el frescor de sus veinte años por todos los salones elegantes de esta ciudad.
A esta muchacha le dicen “la tarántula”.
Hay una especie de araña de igual apelativo que habita en los alrededores de Tarento. Antes se creía que su picada generaba una grave melancolía de la cual se salvaba el afectado si se le agitaba con fuerza. La tarántula que yo conozco ataca con una dote sobrenatural que le otorgara al nacer cualquier rutilante estrella, de las muchas que brillaron aquella noche, dichosa para ella, maldita para sus víctimas.