Me fui de esta tierra
en busca de interminables océanos
montado sobre el sonido de una trompeta,
para encontrar en el camino
el miedo constante
y la persecución del terror.
La tristeza no invadía
respectivos días errados,
pero era fácil vestirla
con el manto bien recto
de una cama sin deshacer.
Se avergüenzan mis piernas al oírte maullar
con esa voz dorada de luna que juega ondulada, muy seria,
y se detiene, y calla, y vuelve a volar.
Por el aire, entre el humo, hasta el fondo, bien arriba,
enredos como belleza que muerde y besa
heridas sedientas de melancolía de bar.
Hoy robo tu flema, saliva discreta
que se refugia en un subsuelo, desviste mi cuerpo
y baja mi falda de niña inexperta con trenzas,
ortodoncia y fulminante ebriedad.
Me fui de esta tierra
en busca de interminables océanos
montado sobre el sonido de una trompeta,
para encontrar en el camino
el miedo constante
y la persecución del terror.
La tristeza no invadía
respectivos días errados,
pero era fácil vestirla
con el manto bien recto
de una cama sin deshacer.
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