M. D.

Me fui de esta tierra
en busca de interminables océanos
montado sobre el sonido de una trompeta,
para encontrar en el camino
el miedo constante
y la persecución del terror.

La tristeza no invadía
respectivos días errados,
pero era fácil vestirla
con el manto bien recto
de una cama sin deshacer.

La almohada perfecta,
la cabeza soñaba
figuras blancas, obsesionadas
con los pigmentos opacos
del hueco en mi nariz.

Debí advertir
que, por horas, estallaría escondido
detrás de un arbusto;
interminables momentos de sudor frío
sobre la espalda
al imaginar sirenas rasgando las ramas
para atraparme.

Fui inseguro de mis propias actuaciones,
esos fenomenales encuentros con la suerte
de la absurda desgracia.

Invertí en lamentos
proporcionados por ejecuciones
adrede,
relamió mi lengua los labios
y soplé
incansablemente.

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M. D.

Me fui de esta tierra
en busca de interminables océanos
montado sobre el sonido de una trompeta,
para encontrar en el camino
el miedo constante
y la persecución del terror.

La tristeza no invadía
respectivos días errados,
pero era fácil vestirla
con el manto bien recto
de una cama sin deshacer.

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