Avestruz.

Hacía un precioso día. Tímidamente el sol se avalanzaba contra las nubes haciéndolas desaparecer. El mar comenzó a brillar.
María estiró su toalla y se echó de bruces.
Llevaba unos días desesperada, desde el día que una impersonal voz le dijo
al teléfono: María? Le llamamos del hospital, el día tantos de tantos tiene una nueva cita con su doctor.
Ya no podía comer, ya no podía dormir, ya no podía vivir.
Un grupo de niños alborotaban y reían construyendo un precioso castillo de arena casi en sus piés. Las gaviotas volaban alto. Las olas se enroscaban a la arena salpicando espuma. La vida fluía en cada granito, en cada niño, en cada ola, pero María no lo podía ver. La cabeza casi metida en la arena la hacía parecer una avestruz.

Entre queja y reproche de un duro pasado, entre miedo y desdicha hacía un futuro, el presente se le escapaba igual que la arena que pretendía retener con desesperación entre sus manos.
Poco a poco el alboroto fué cesando, poco a poco el sol fué bajando, las gaviotas bajaron también, pero María siguió sin verlo.
Se quedó sin ése bello presente.

Besos. Alaia

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