Una vez estuve en un mercadillo, cierto que es cierto.
Paseaba por los pasillos que hay entre paradas. Cierto, cierto, se trataba de un mercadillo.
Una de esas paradas tenía cosas variadas. Usado y viejo, en el suelo sobre una lona, sobre la cual también libros, y más libros, mas gritaba el hombre: “barato, barato.”
Libros envejecidos, usados de segunda mano, de tercera y hasta novena mano, colocados en el suelo empero en orden, con el lomo mirando arriba, libro junto a libro.
Algunas personas y personas, curiosos y curiosas, aficionados y aficionadas, coleccionistas y coleccionistas y gustosos y gustosas de la vieja lectura, allí parados mirando lomos y algunas cubiertas de cuentos, novelas e historias en hojas de papel viejo y usado por los años sucedidos que han transcurrido.
De pronto…
Llegó alguien con un cachivache para dejar en la parada para vender, y el hombre de la parada empezó a pasearse sobre los libros que tenía expuestos o indispuestos sobre la lona, como si los libros fuesen una alfombra de novela y cuento, una alfombra de narrativa y de revista; los pisoteaba para pasar al otro lado donde estábamos los curiosos y curiosas y aficionadas y aficionados.
Los iba chafando, con total indiferencia, pisoteando tal cual esa alfombra, con sus zapatos aquellos libros, cuentos y novelas iban siendo aplastados.
Y el vendedor, durante aquello, y después, seguía diciendo: “Barato, barato.”
Y en tanto así seguía, que no miraba al suelo, mostrando desinterés por aquellos pobres libros viejos pisoteados bajo esa voz del: “Barato, barato”.
No mirando al suelo, como enseñando que un libro por muy sagrado que sea, sigue siendo un simple libro.
Buen texto. Nada que añadir a lo ya añadido… salvo que hay libros que nunca pasan de moda y nunca envejecen como otros muchos tochos que he conocido.