Se dijo del poeta, de los poetas malditos,
que avocaron las palabras a la inexactitud:
incoherencia confusa, o confusión irreverente.
Hoy han muerto.
Los pedestales de lienzo se consuelan con sus rostros:
hojas efímeras, percusiones sobre la mesa de un café.
¡Tú! Señalado por el dedo de un dios de plástico,
agonizas bajo tu silencio ritual.
El evocador de palabras roza el vértigo…
Y el verso se consolida en un espasmo de la Nada.
Alguien susurra. Las escaleras ceden ¡ Un gato ¡
Baudelaire…¿dónde escondes tu secreta bolsa?
Descenso a los infiernos.
Duda. Aprentente. Apasionado. El aire revienta
y sucumbe la tempestad de Shakespeare.
Sinfónico acuerdo entre la vegetal constancia
y un coco seco.
Barco de papel. Se cierra el poema.
Los poetas muertos.
Por encima de cualquier razón mantened la vuestra.
Sentid el acuerdo con lo que creéis…creed, al menos, en vosotros mismos.
Porque la inmensidad de otros deseos arrebatarán el vuestro,
entre mezquinas propuestas de libertades irreverentes.
Se baja el telón ¿Quíen viste a los actores?
La coreografía es un acuerdo compacto entre los poetas y las palabras.
¡Decimos! Pero no se nos escucha.
Y en este suave deslizarse por el río,
los reflejos dorados anuncian un despertar,
más allá de inviernos inventados.