!De Bechuanalandia hablamos, amigos voremistas!, porque en Bechuanalandia, al igual que ocurre en Sri Lanka, Djibouti o Kiribaty, por citar unos pocos ejemplos, la belleza puede ser interpretada según el color de la hora en que el Sol o la Luna caen más o menos de plano sobre los minerales, los vegetales, los animales o las personas. Y tanto es así que si colocamos varios espejos en medio de una escena reflejamos la realidad tal cual es o distorsionada según sean las inclinaciones de los ejes de rotación, traslación y flotación con los que colocamos los objetivos.
Como hacía Velázquez el pintor (no confundir con Velázquez el ex del Real de Madrid)… dos espejos pueden atraer la belleza de manera natural o no tan natural según nos coloquemos en el centro o en cualquiera otra de las esquinas de una sala de aproximadamente 15 metros de longitud más o menos.
En Bechanualandia, los objetos de arte (incluídas las hembras también conocidas como mujeres), pueden pintarse de cualquier manera; pero sólo hay una en la que toda la Belleza (con B grande de Barbaridad) se plasma en un sólo acto de concentración que, al pasarlo al procesador (como éste ni sufre ni piensa lo que hace) refleja la belleza verdadera; lo cual quiere decir que a mayor número de computadoras, la composición artística de la belleza (con b pequeña de barbaridad), pasa a ser más o menos oblicua o más o menos profunda. Y se sabe que cuanto mayor profundidad tenga la belleza estaremos observando, si inclinamos un poco más los espejos más o menos oblicuos, al verdadero autor de la obra.
Ahora bien… ¿obtenemos de esta manera la naturalidad completa?. Interesante pregunta cuya respuesta tengo anotada en estos folios y se los voy a leer: Solo nos pueden responder los aromas de la tarde (que es algo que dijo el famoso pintor italiano Sandro Botticelli u otro de parecido estilo). En un momento determinado (como haría 300 años más tarde Goya o Picasso) rodeando las partes constitutivas del cuadro escénico, y teniendo en cuenta coordenadas extrañísimas, podemos ver la belleza más natural que si la vemos de frente y sin coordenada alguna.
Por último, y sólo les canso un corto minuto más, lo natural y lo no natural no dependen tanto del número de espejos que situemos en cada parámetro de la sala, ni tampoco del número de computadoras que utilicemos en la composición artística, sino más bien del numen del genio al cual se le dan dichos parámetros y no los utiliza para nada.
Para finalizar, expongo a continuación un video de brevísimo análisis: como se ve en él, la genialidad de toda Belleza (con B alta de Barbacoa) reside en sí misma y su valor nutricional -artísticamente hablando- e intentar comprenderlo es asunto inútil porque es como querer interpretarla… osea, que si consideramos que tales interpretaciones, extrapoladas e intrapoladas, usan de la espontaneidad sui géneris, la belleza (con b baja de birlibirloque) de Bechuanalandia es más natural cuanto más espontánea sea.
Se me quedaba por decir que Bechuanalandia posee tanta belleza natural como pueda poseer el famoso cuiadro (hoy en el Museo del Prado de Madrid y mañana no sabemos donde) de Las Meninas de Velázquez: pequeñas en su tamaño pero grandiosas en su magnitud. Algo asi como la nota sostenida (vaya usted a saber por qué mano de ángel), de un piano al anochecer dentro de una cueva (y aquí podríamos referirnos a las ideas de Platón), cuando los gatos madrileños ronronean por sobre los tejados del casco viejo de la ciudad. ¿Y qué son sino gatos agigantados los tigres de Bechuanalandia?. Gatos, en resumen, sobredimensionados por obra y gracia (entiéndase verbigracia) de un computador creatístico.
!Amigos voremistas!: si tenéis ocasión, en algíún momento de vuestra intensa existencia, de acudir a Bechuanalandia, recordad siempre a Velázquez, sus Meninas y la teoría de los espejos más o menos oblicuos… y cuando estéis observando un atardecer, a orillas de uno de los innumerables lagos que hay por alla, recordad igualmente que el momento de la Belleza natural (con B alta de Barbaridad) es el más efímero y, a la vez, el más eterno de los momentos que podéis gozar en vuestra fatigosa existencia. He dicho.