Ninguna niebla enturbia mis pensamientos y siento que aquella mi ya antigua soledad se acompaña ahora de cláridas burbujas emergentes salidas de su beso ojival. Los ojos besan, ¿Los suyos?. ¿La sombra de los suyos?. Los ojos besan atreviéndose con las caricias de los pájaros emigrantes de mi infinita desnudez.
– La luna viene con nosotros y es redonda -dicen mis ojos.
– Abrámonos para recibir ese su sinnombre que pervive en el sinfín de los horizontes -responden los suyos.
Las gotas que resbalan por el exterior de los cristales (filamentosas ventrílocuas de ideas), forman juncáceas pinceladas que orlan la ocre arena de los suelos tiñendo, a los vegetales, de inocentes transparencias de Monet.
Saint-Lazare: al lado de indiferentes fábricas e instalaciones portuarias, presentes en la lánguida cortina de agua y de humedad, Argentuil y Normandía constituyen incursiones impresionistas que subrayan el atmosférico efecto de su instantaneidad en las retinas de mi sensación. Posiblemente algo de Orsay ha quedado impreso en la escala de colores puros y complementarios con los que sus ojos fragmentan lo sólido y duradero de mi intensidad… aunque no acierto a distinguir si la mezcla de sus transfiguraciones son los efectos luminosos de un paisaje o los simples destellos de una penetración en las esencias.
¿Lágrimas?. ¿Está llorando?. No. Sólo son los sentires. Ellas (las gotas y ella) me han hecho subir a la planicie de las palmas de mis manos y allí, por debajo de los dedos, siento que estoy muy cerca de la nueva estación y me aferro al susurro de mi propio júbilo. Es entonces cuando descubro un indemne territorio repoblado de mágicos reflejos y quisiera amar/saber toda la extensión de este incógnito dúo de autorretrato que, pintado con fuego y luces de quinqué, busca descubrirnos hasta dónde puede llegar la suma de dos empujes paralelos, de dos miradas que están formateando estelas más allá de un tapiz de… ¿qué es?…
– !Cuánto sueño al amigo que ayude a forjar mi nombre! -dicen sus ojos.
– ¿Es que no lo hallaste aún? -interrogan los míos.
– No es eso. Lo que sucede es que sus grafismos son difíciles de imprimir.
Surge un manantial de luz en mi memoria. Riego, con él, todas mis expresiones. Infancia y juventud terminando por sentir satisfacciones temblorosas mientras mis animosidades se han hecho frágiles pero poderosas, libérrimas y alegres.
– !Benditos pájaros sin fiesta! -dicen los míos sin saber por qué…
– Viajan sin dinero y sin maletas pues, mudos de destino, sólo tienen que abrir sus alas para conquistar las florestas -responden, sin saber por qué, los de ella…
– ¿Cómo podríamos volar nosotros sin alas? -continúan los de ella sin saber por qué…
– Amando el amor sin nombre -contestan, sin saber por qué, los míos…
Y sin saber por qué continuamos persiguiendo respuestas sin darnos cuenta de que estamos persiguiendo preguntas.
(fragmento número 4 de La última frontera, de Diesel).