!Blum!

!Vaya onomatopeya!. !Parece el tronar de un cañonazo o el hondo eco del desplome de la Torre Eiffel!. Pero no. No es nada de eso. Es el apellido de un león. Y no es que yo tenga una mascota felina procedente de África, sino que son el nombre y el apellido de León Blum, el político socialista francés que en la década de los 40 llegó a gobernar su país a pesar de haber sido deportado a Alemania en 1943. El caso es que abro el Vorem y me encuentro con un pensamiento de Entrada. Leo lo siguiente: “El hombre libre es el que no teme ir hasta el final de su pensamiento”. Este disparo de Blum me entra en la conciencia perforando el silencio de la noche invernal.

La libertad supone acción de la inteligencia para realizarse como persona. Esa es, para mí, la expresión de libertad más factible que existe. La reflexión que hace un ser humano para ser consciente de sí mism@. Y en ese ejercicio de ponerse de acuerdo con los principios de nuestro propio pensamiento es donde radica la más efectiva libertad; la del humano que asume los valores internos y los enraiza con su personalidad. Es, en otras palabras, la autodeterminación que busca integrar armónicamente a la persona con la profundidad de su pensamiento.

Llegar hasta el final de nuestro pensamiento, como propuso León Blum, es desligarse de las ataduras de las presunciones omniscientes de todos aquellos que se endiosan intentando anular la libertad de pensamiento de los demás para no dejarnos decir que somos quienes somos (cualquier cosa que seamos) y que vivimos en libertad cuando hay plena conjunción entre nuestros actos externos y nuestra vida interior.

Está bien que en la comunicación democrática haya quienes intenten convencernos con ideas más o menos ajenas a nuestra forma de ver la vida, pero nunca jamás debemos consentir que nos anulen la libertad de pensar; porque somos libres cuando nos interpretamos hasta el final de nuestro pensamiento. Por eso el diccionario español define a la libertad como el poder inmanente de una persona que se realiza plenamente a través de su capacidad de autodeterminarse sin coacción ni manipulación alguna. Y por eso el disparo de Blum da en el centro de la diana.

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