Este viaje comienza un sabado 28 de octubre de 2006, el destino, Venezuela, el plan, visitar todo lo posible en 15 días.
Llegamos a Caracas el mismo sabado 28 a eso de las 14:30, tras 8 horas de vuelo con la aerolínea Santa Barbara Airlines. Una vez allí tomamos un taxi, que entrando a la ciudad de Caracas por la antigua carretera de acceso, nos llevaría hasta el terminal de autobuses (Expresos Occidente). Esta antigua carretera serpentea a través de las superpobladas laderas que rodean la ciudad (P.Nacional del Avila), laderas en las que apenas se ve el verde de la vegetación, color que ha sido substituido por el rojo del ladrillo, el blanco de la cal y el gris de la chapa con que están construidas las precarias viviendas que, por su situación y estructura, parecen esperar la llegada de un temblor o un gran aguacero para venirse abajo junto a una avalancha de fango provocada por la eliminación de la vegetación que retiene el suelo de la zona.
Una vez en el Terminal, compramos los billetes para el Buscama que nos llevaría hacia Ciudad Bolivar, viaje que duraría aún 10 horas y que nos dejaría en nuestro destino, tras varias paradas, alrededor de las 6:00 am. Allí, en el Terminal de Ciudad Bolivar, nos esperaba Guillermo, gerente de la agencia de viajes con la que habíamos contratado el tour al Salto Angel (Adrenaline Tours) y que nos llevó hasta la agencia, desde donde partiriamos al aeropuerto para continuar viaje hacia Canaima.
El vuelo a la laguna de canaima lo hicimos en una Cesna, una avioneta que para describirla fielmente, se componía de lo siguiente, cuadro de mandos de avioneta, asientos de SEAT 600 con sus cinturones incluidos, hélice, alas y tren de aterrizaje que no pasaría un control del dibujo de las ruedas, es decir, lo elemental para llevar a cabo un vuelo pero que a pesar de su apariencia realiza este recorrido día si y día también.
La Laguna de Canaima. Por fín comienzan realmente nuestras vacaciones, tras vuelos, autobuses y taxis llegamos a este genial reducto, un pedacito del caribe, de aguas rojizas que recuerdan a las de Rio Tinto en España , blancas playas y exuberante vegetación, situado en plena selva y rodeado de cascadas y tepuys o tepuyes, como quiera dios que se escriba, pues lo he visto de tantas formas que no sabría decir cual es la correcta, es un lugar idílico donde descansar de tan largo viaje observando el Salto Ucaima desde alguna sombra de la playa, ,jugando con los niños de la comunidad indígena y viendo a sus mayores llevando a cabo sus tareas diarias.
Desde la laguna comenzamos nuestro viaje hacia el Salto Angel, aproximándonos con la canoa, o curiara como allí se la conoce, a los saltos Ucaima y Golondrina y pasando por detrás del salto Hacha. La visita al saltos Hacha se convertiría en la primera sensación inolvidable del viaje, esa sensación de algo que no has vivido antes, una sensación única, lo que se siente al pasar por detrás de la cascada, miles de litros de agua cayendo delante de nosotros, y detrás una inmensa pared de roca, los cuerpos empapados por el agua que nos salpica, el ensordecedor ruido del agua, las corrientes de aire que se generan y que arrastran el agua pulverizada, pasar bajo el velo de agua y sentir la fuerza con la cae…
Visitamos después la Isla Anatoly y los saltos Sapo y Sapito, detrás de los cuales también pasamos volviendo a sentir, esta vez atenuada, la misma indescriptible sensación de ser algo muy pequeño en algo tan grande.
Nuestro viaje continuaría, a ratos caminando (para evitar los rápidos del rio Carrao, pero no los mosquitos “puri-puri”) y a ratos en curiara, hacia el primer campamento, en el que por primera vez pasamos la noche en unas incomodas, pero deseadas hamacas, pues nuestros traseros estaban doloridos por el viaje en curiara y nuestros cuerpos entumecidos por la habitual lluvia de la tarde y el aire que nos azotaba por la velocidad de la curiara.
La noche cayó al poco rato de llegar al campamento, pero la lluvia no cesaría hasta el amanecer. Durante la noche, fueron varias la veces que nos despertamos, unas veces por el ruido del agua sobre el tejado de chapa, otras por los fogonazos que daban las rudimentarias lámparas de tea fabricadas con botes de conserva, y otras por los ruidos de la noche, en los que podríamos incluir la borrachera de uno de los guías que buscaba a su amada botella de Vodka y las voces de sus compañeros intentando convencerle para que se fuera a dormir.
Con las primeras luces salimos hacia el segundo campamento, situado en isla Ratón, a los pies del Salto Angel, durante el viaje pudimos ver el inmenso Auyan-Tepui, de unos 700 kilómetros cuadrados de superficie, así como varias especies de aves que volaban de un lado a otro del rio, huyendo a nuestro paso.
Una vez en isla Ratón continuaríamos, cruzando el lecho prácticamente seco de un pequeño rio, hacia el mirador del salto Angel, lugar, desde el que todo aquel que allí llegue, contemplará la inmensidad de este accidente geográfico, que con sus 978 mts de caída es el salto de agua más alto del mundo. A lo largo del camino vimos infinidad de variedades de plantas y hongos y comprobamos, como la luz del sol apenas llega al suelo, salvo en algunos lugares donde la vegetación es menos frondosa.
Desde el mirador nos dirigimos hacia la poza que hay en la parte baja del salto, un lugar perfecto para refrescarse y descansar, después de la caminata de hora y media por la calurosa y húmeda senda que transcurre desde el campamento hasta el mirador.
Gastamos el tiempo de la tarde jugando a las cartas, al fútbol, bañándonos y observando las verdaderas dimensiones de lo que teníamos delante, un velo de agua, pues en esta época el salto vierte menos agua, que el viento mecía a su gusto mientras caía sobre una tupida alfombra verde desde lo alto de una enorme mesa, el Auyan-Tepui.
Una vez más, esta noche en la selva, fuimos arrullados por el rumor de la lluvia y a la luz tenue de las velas cenamos y conversamos con los compañeros de viaje compartiendo sensaciones y almacenando en lo más profundo de nuestras mentes momentos inolvidables que, sin duda, sacaremos de vez en cuando para compartirlos o simplemente para disfrutarlos de nuevo.
Un día más se presentó ante nosotros, teníamos por delante 3 horas de viaje en las incomodas curiaras hasta el Puerto de Ucaima, situado en la parte alta del salto Ucaima, realizando una única parada para desayunar.
Ya de regreso en la Laguna de Canaima, solo nos quedaba esperar que nuestra avioneta, otra vez la misma que nos trajo, decidiera salir hacia Ciudad Bolivar, así que pasamos las horas comiendo, viendo jugar a los niños junto a la laguna y descansando en las hamacas del campamento.
El vuelo de regreso fue igual que el de ida, sin novedad, excepto por la sutil manera de aterrizar de nuestro piloto, que imagino que será la de todos, pero que a nosotros nos impresionó bastante, pues la aproximación al aeropuerto la hizo totalmente perpendicular a la pista, girando 90º justo a la hora de tomar tierra.
Sensaciones al límite hasta el último momento de esta parte del viaje.