En la dura acera del supermecado,
aire frío y caja de cartón villana,
yace el cuerpo del sinuoso espasmo
mientras la ciudad duerme y se calla.
En medio de la noche encalla
la luna en el cristal de vidrio;
una fugaz linterna de quincalla
se hunde en el cantar de un grillo.
Se aparca el tiempo en el gris bordillo
donde huele a hedor podrido
la que fue tersa y vivaz manzana.
Mañana
resurgirá la Muerte de Don Nadie hundido
en el viejo furgón de la desgana.
Una Mirada sin Luz que se desgrana,
polvo al duro suelo adherido,
mientras se oye el sonar de la campana
en el lejano eco del Destino.
El aire levanta la hoja de un ciprés
que está caída de un rincón vecino.
Por la esquina parda
las luces de un neón descolorido
anuncian que en esta madrugada
alguien duerme un soñar perdido.
Se ha oído
el chirriar de un camión que carga
la basura del detritus corrompido.
Y al final de todo en la ensenada
de la Mirada sin Luz ya destemplada
de Don Nadie que fue sólo un vencido,
queda la noche triste y desolada
envuelta en la atmósfera callada
del último espasmo sin sentido.