El orgullo del Gran Cañón estaba dibujado en sus ojos. La mirada dura, fría e inquietante. Pestañas oscuras, cetrinas, abigarradas con la precisión de una pluma de cuervo. No lloraba, porque no se partieran las montañas. Reía con la carcajada limpia de quien aún camina descalzo por entrelos cáctus. Su orgullo era como un cuhcillo afilado: te rozaba y el silencio se hacia, como la noche se hacía, como la tristeza e hacía. Guardó silencio porque alguien le llamó niño orgulloso. Se puso su chamarra de lona, su mochila al hombro…dio la vuelta: no dijo nada.
Un comentario sobre “Cara de Indio.”
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Con su chamarra de lona aún sigue con el orgullo de los que ven pasar la vida en el silencio de los ojos. Busca un reencuentro que ya nunca se dará.