A veces llegaban ciertas Cartas Peligrosas que, leídas por mi madre, la hacían ruborizar desde la cabeza a los pies. Cartas Peligrosas que yo leía una sola vez (jamás las repasaba nunca) y las abandonaba en el rincón más lejano de mi memoria. Cartas Peligrosas que mi madre se encargaba de tirar a la basura porque sólo eran basuras sus palabras sin sentido alguno más que la desesperación de la impotencia. A veces llegaban Cartas Peligrosas que nunca jamás volvía a recordar esperando la llegada de la que entraría en el fondo de mi corazón.
A veces llegaban ciertas Cartas Peligrosas que hacían enojar a mi madre debido a la cantidad de palabras/basura o basura/palabras que contenían en todos y cada uno de sus párrafos. Mi memoria ya no recuerda nada más que breves retazos sueltos pero jamás me preocupé de componer una pieza literaria con ellas. En el más remoto de los rincones de mi memoria esas Cartas Peligrosas desaparecían de mis sueños. Y mi madre se encargaba de hacer que el fuego las devorase por completo ya que, palabras devoradoras eran las que contenía. Locuras nada más. Locuras que jamás me infundaron ni el más mínimo respeto y mi voz quedaba en silencio cuando la autora intentaba comunicarse con mi corazón. Y mi pluma jamás las contestaba mientras ardían, crujiendo herrumbrosamente, entre las llamas del fuego que mi madre hacía con ellas o podridas entre las basuras que mi madre tiraba al estercolero de los baldes de lo inocuo.
A veces llegaban ciertas Cartas Peligrosas que nunca leía más de una vez para no tener que recordarlas jamás en el futuro. Mi futuro sólo esperaba la carta blanca de las palabras de amor sin estrepitosos epítetos malsonantes. Quizás Camilo José Cela gozaría con cartas así, de su propio estilo, de su propio idioma… pero ni mi estilo era el de Camilo José Cela ni mi idioma, aún siendo del mismo país, era el de Camilo José Cela. Así que esas cartas quedaban, inmediatamente, condenadas al olvido.
A veces llegaban ciertas Cartas Peligrosas… pero yo tomaba mi imaginaria guitarra y seguía componiendo poemas blancos para mi verdadero amor… y esas Cartas Peligrosas sólo eran residuos para reciclar en el basurero municipal donde los camiones las descargaban junto a las basuras de deshecho. Eran Cartas Peligrosas que sólo valían para alejarme cada vez más de ellas y buscar el rincón pacífico y pacifista de mis poemas blancos.