Mi Nacimiento y el Accidente de mi Padre.1937
Así eran las cosas cuando abrí los ojos por primera vez, ocupando el cuarto lugar, el de varón (las otras tres eran niñas: Isabel, María Dolores y Rosa).
Mis hermanas, a las que quiero y adoro con todo mi corazón, se convirtieron en mis protectoras, renunciando en mi favor incluso a lo más elemental para su subsistencia y de esta manera evitando que en parte yo careciera de ello.
Mi madre fue una mujer excepcional. Gracias a su sacrificio y a su fortaleza impidió que en aquellos años de hambre sus hijos llegáramos a perecer. No le importó exponer su propia vida por nosotros.
Y a pesar de haberlo dado todo sin esperar nada a cambio, se vio privada del derecho que toda madre debe tener: el disfrute de sus hijos.
Conservo recuerdos (aunque un poco borrosos) de la casa en que nací, pero por más que me esfuerzo no logro acceder a ese archivo que estoy seguro debe de haber en mi mente y que me haga recordar a mi padre aunque sea por un momento. Sin duda su muerte aconteció siendo yo demasiado niño.
Mis padres tenían una finca arrendada y eso en parte evitaba que pasásemos tantas necesidades. Así que, a pesar de que aquellos eran tiempos difíciles, con gran esfuerzo íbamos saliendo adelante sin llegar a pasar tanta hambre.
Un día mi padre se pinchó en un pie con una hoz y después de perder inútilmente el tiempo con curas caseras, mi madre decidió llevarlo al hospital de Almería.
Allí permaneció durante algún tiempo intentando salvarle la vida, pero debido al avanzado estado de su lesión la gangrena era imparable. No había vuelta atrás, ya era demasiado tarde.
Todo esto conllevó a que los cuatro hermanos tuviésemos que quedarnos solos en el más completo desamparo, ya que mi madre permaneció al lado de mi padre durante toda su enfermedad.
Nuestra situación en casa iría de mal en peor. Mi hermana Isabel, con sus doce añitos, se vio obligada a responsabilizarse de nosotros.
La caridad de los vecinos, más cuatro cabras y algunas gallinas, eran de lo único de que disponíamos para subsistir. La leche y los huevos nos ayudaban en parte a no perecer de hambre.
Ante esta situación, y viendo que la enfermedad de mi padre se alargaba, los vecinos presionaron a mi abuelo aconsejando la conveniencia de hacerse cargo de sus nietos, pues además de la escasez de alimentos, nos encontrábamos en el más completo abandono ya que toda la familia nos ignoraba.
Por fin mi abuelo cedió en parte, pues condicionó su ayuda a que los nietos se distribuyeran “mitad por mitad” entre él y mi abuela materna. Una vez llegado a este acuerdo, María Dolores y Rosa irían a la casa de mi abuela materna e Isabel y yo, (más las cuatro cabras, gallinas y conejos) nos fuimos a la casa de mi abuelo paterno.
Con este reparto, María Dolores y Rosa creo que salieron ganando.
Mi abuela materna era una mujer muy parecida a mi madre y quería a sus nietos con locura, pues además de darles cariño no le importaba dar cuanto tenía.
Peor suerte tuvimos Isabel y yo. Mi abuelo paterno además de tacaño era una persona de los de “ordeno y mando” teniendo mi abuela su libertad como “ama de llaves” completamente limitada.
No obstante, gracias a mi abuela y actuando siempre a escondidas del abuelo, yo tuve la suerte de no pasarlo tan mal, pues ésta me hacía una especie de tortas de harina y las freía en aceite. De esta manera tan original conseguía que yo no llegara a pasar tanta hambre (pues el abuelo tenía muy difícil controlar la harina y el aceite).
Él llegaba a controlar hasta el consumo del pan. Cuando llegaba la hora de la cena como yo no tenía hambre porque estaba lleno con las tortas que me hacía mi abuela, mi abuelo se encaraba a ella echándole una buena reprimenda, acusándola que me tendría harto de pan y por eso mi negativa a cenar. Pero mi abuela, muy inteligentemente, pronto salía de este apuro haciendo ver al abuelo que el pan estaba como él lo había dejado, sin tocar. Una vez que lo revisaba y veía que estaba intacto se daba por satisfecho, haciéndole sentirse bien. El engaño surtía efecto haciéndole creer que le hacía muy poco gasto, pues por encima de todo esto era lo que él pretendía.
Mi hermana Isabel llevaría la peor parte ya que tendría que trabajar y ganarse lo poco que se podía comer en la finca del abuelo, pues siempre le estaba insinuando que a su edad tendría que ganarse el pan que se pudiera comer.
Mi madre, por su parte, llegó a empeñarse, pues en aquel tiempo si tenías la desgracia de caer enfermo tenías que pagarte todos los gastos de médicos y medicinas. No existía protección alguna en plena posguerra y aún menos en el mundo rural.
No teniendo recursos para pagar las facturas originadas a consecuencia de la enfermedad de mi padre, se vio obligada a tener que malvender una parte de la herencia de sus padres, pues conociendo a mi abuelo de sobra sabíamos que no vendería ni un ápice de su tierra, aunque fuera para poder salvar a su hijo.
Aparte de nuestro drama lo que más me duele y me dolerá mientras viva, es que estando tan enfermo mi padre, mi abuelo presionó a mi madre advirtiéndole que tuviera cuidado con los gastos de médicos y de farmacia que estaba originando y diciéndole que ella sabría como los iba a pagar. Pero aún me duele más, si es posible, que no se dignase siquiera en ir a ver a su hijo en los últimos momentos de su vida.
La mala suerte acompañó a mi padre hasta en su agonía, pues murió en la más completa soledad, sin una mano amiga que pudiera cerrar sus ojos en su último suspiro, ya que coincidió que mi madre, en un avanzado estado de gestación, tuvo que dejarle en Almería y venirse deprisa y corriendo a casa para dar a luz al que iba a ocupar el quinto lugar en la lista, mi hermano Domingo.
En aquel tiempo de caos e incertidumbre de nuestra posguerra la pérdida de mi padre fue para mi madre, y en menor medida para sus hijos ya que todavía éramos muy pequeños, una de las mayores tragedias. Sola y sin ayuda de nadie tendría que alimentar a cinco niños pequeños en aquellos años de escasez de alimentos, donde cada cual defendía su supervivencia aunque para ello tuviera que emplear la escopeta. No existía la compasión ni la caridad para nadie, ni siquiera para el llanto y la desesperación de una madre que pide un trozo de pan para sus hijos hambrientos.
Pero mi madre nunca se rindió. Luchó hasta el final dispuesta a todo. Nos sacaría adelante aunque tuviera que hacer frente a esos tiros de escopeta.
Ella siempre fue una mujer muy fuerte, e incluso en aquellos tiempos de poca valoración y discriminación de la mujer respecto al hombre, supo imponerse demostrando en todo momento su fortaleza y su valor, exigiendo en aquellas fincas rurales donde realizaba las labores del campo su equiparación al salario masculino, ya que el trabajo que desarrollaba no era menor al del hombre.