Querida y difusa ciudad de mi subconsciencia:
Quizás el rumoroso paso de las aguas de tu Guadiana hayan dejado en mi finitud existencial la fresca sensación de la sed mitigada por el misterioso tejido de tus callejas y en algún oculto campanario de una de tus catedrales, cercana a tu famoso Puente de Las Palmas, en el sanvicenteño barrio de la carretera, la cigüeña de mis pensamientos (esa que enhebra la vida en los sacrosantos nidos del espíritu), pudo haber preñado de sentires mis ansias de amarte más cuanto más desconocida te tengo.
Estoy seguro de que tú, ciudad matricera de conquistadores, forjaste, con ardiente espada, tus señas de identidad en mi piel recién nacida; porque he visto muchas veces los rasgos significativos de Pizarro en el reflejo del espejo que cuelga siempre del almario de mis pensamientos. Y he llevado también a cuestas la gloriosa fatiga de Benalcázar en las inmensas travesías de los espesos caminares del vivir.
Badajoz, solanar espaciado en la frontera de mis inquietudes (allá donde las sombras del alcornocal se prolongan hasta la vecina patria del fado y la saudade), punto de partida para mi continua trashumancia de idas y venidas por las avenidas del idealismo bohemio y trasnochador… misterioso conjunto de ventanales abiertos al sueño, incógnita ciudad de la que sólo poseo un documento de natalidad y muy pocas horas de recorrer, silencioso y pensativo, ya treintañero y fugaz viajero de aventuras, la ventura de conocerte al fin. Ya sabes que tus hombres somos así. Tomamos el sendero de los emigrantes y nos lanzamos en busca de ocultos tesoros de los Eldorados de Ultramar. Pero sé que, antes de irme de este transitorio y transitivo mundo, tengo la ineludible e inevitable necesidad de volver a encontrarme contigo para ofrecerle un poema aftasí a algunas de tus esquinas extremeñas. Y como Gabriel y Galán yo también pido que te dejen así, tal como estabas en aquel amanecer…
Dicen que eres ciudad de hermosas mujeres. Es verdad. De hermosas mujeres de profundo sentimiento andalusí, portugalés y castellanista al mismo tiempo. Los pastores de la Extremadura (esos que cuando se van dejan las sierras de Soria tristes y a oscuras) lo saben muy bien. Y es lo que vengo a confirmar con mi sueño pacense y pacifista. Así, en el eterno segundo en que te escribo esta misiva, estoy a punto de comenzar a resoñar, una vez más, con aquella cigüeña que en algún oculto campanario de una de tus catedrales cercana al Puente de Las Palmas, construyó un nido humanístico el ocho de enero de mil novecientos cuaretna y nueve. No era una cigüeña procedente de la cosmopolita París del cancán y el vodevil sino, más bien, una humilde cigüeña procedente del laberinto conquense que, surcando los espacios madrileños, como eje transversal de todas mis arterias, vino aposarse dentro de ti. Y así nació mi historia, preñada de cantes de Porrinas y del sencillo placer de los que huyen del mundanal ruído para iniciarse en la escondida senda de los pocos sabios que en este mundo han sido. No soy sabio, Badajoz, no soy sabio… pero sé que en los linderos de mi fantasía estás tú, perenne como el audaz Guadiana en cuyas aguas debieron reflejarse, en alguna ocasión, seguramente, mis primeras inquietudes.
Si como señaló Calderón de la Barca, la vida es sueño… !cuánta vida tengo “pa” contarte, Badajoz!. !Cuánto sueño!…