Coleccionando Pulgas.

Mientras mis hermanos varones ganduleaban echándose ceporramente siestas con modorra incluída y mi tio Benito iba de bar en bar, borrachera tras borrachera, buscando “varillas” insignificantes para mi gusto y echando siempre la culpa de su múltiples fracasos y frustraciones a mi humilde abuela Rufina que ninguna culpa tenía, yo seguía coleccionando Pulgas. Tenía hambre de Cultura de Letras. Con aquellas Pulgas yo creaba un “puzzle” de sorpresas literarias. Desde el gaditano José María de Pemán hasta el asturiano José María de Pereda, pasando por el alcalaíno Miguel de Cervantes y Saavedra más algunas incursiones por el extranjero como “Vacaciones en Roma” por ejemplo… un sinfín de novelitas de pequeñas y sencillas lecturas iba a mi mente preparándola y con ella yo elaboraba incursiones en la mágica y maravillosa galaxia de las literaturas varias.

Allí, en la calle madrileña de Alcalde Sáinz de Baranda número 56, con aquellas Pulgas yo saltaba de lugar en lugar, de aventura en aventura, de biografía en biografía de hombres y mujeres ilustres que me “hablaban” de que había un mundo libre en sus líneas escritas que estaba penetrando en mi alma y que me estaba esperando para formar parte de los escritores y las escritoras bregados en el Arte que comenzaba ya a forjarse en el interior de mi sueño.

Las noches eran un insomnio de poemas escritos es en un cuaderno de “Centauro”, mientras la estrella me iluminaba con su luz. Un cuaderno de “Centauro”, de color azul, que todavía guardo con todo amor entre mis múltiples cuadernos y hojas escritas durante el paso de los años. Aquellas Pulgas eran la vida de un nuevo tiempo para mí.

En aquel nuevo tiempo había una flauta dorada que me convertía en una especie de Hamelín y yo emitía silenciosos cantos mientras mis tres hermanos varones cada vez ganduleaban más con sus cepórreas siestas y aburridas noches. En los amaneceres siempre una paloma volaba bajo el verde olivo de mi Fantasía. Era el nido de mi nuevo tiempo; donde era preciso observar las nubes e imaginar miles de figuras con ellas o con las baldosas del suelo. Algunas veces, en las orillas de los ríos, mis esperanzas se quedaban sembradas en la verde hierba. Por eso un día intuí que tú existías y que yo no pertenecía a la misma especie que mis otros tres hermanos varones. Por eso sólo era yo el único que, de vez en cuando, jugaba con mi hermana.

En aquel nuevo tiempo ersa necesario que existiesen colinas inéditas surgidas bajo el vuelo de las alondras y el suave trenzado de unos ojos de mujer que me decían que sí, que Tú Presencia ya existía. Nunca jamás maté a un pajarillo y lo único que pude hacer era poder rescatar a algunos de las zarpas de los “buitres” (Emiliano/Benito o Benito/Emiliano) y darles unos días, unos meses o incluso, a veces, unos años más de vida con el calor de mis manos. Y todo ello lo estaba observando la luz de tus bellos ojos mientras analizabas quién era yo en realidad. ¿Cuál de los cuatro era el que te escribía poemas en el silencio de las noches?. Lo supiste rápidamente cuando descubriste que yo coleccionaba aquellas Pulgas que mis otros tres hermanos varones detestaban porque sólo les interesaban los aburridos pulgones del descampado solar que había junto a las vías del tren. Alguien te estaba ayudando a poder descubrirme sin equivocación alguna. Ese alguien tiene nombre y apellido. Se llama Jesús de Nazaret.

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