Cosas de lluvia nada más.

En esta mañana está lloviendo en Las Torres y, en medio de la lluvia, la pura imagen de los árboles de la Calle Mayor se abre en medio de un recuerdo que me retrotrae hasta la adolescencia vivida en mis vacaciones veraniegas en la ciudad de Cuenca. Y vuelven las voces de nosotros, los niños de entonces, jugando a batallas entre la Banda del Trabuco (nosotros) y la Banda de San Pedro (ellos). Una leve sonrisa me llega a la memoria mientras recuerdo la escena acercándome a la cafetería “Doña Parrala”.

Llueve. Hay una especie de beso etéreo que le da una gota de agua a una hoja amarilla, de acacia, que está cosida al suelo. Mi recuerdo se enreda en los callejones de los viejos barrios conquenses y en el terraplén de la huerta del Tío Eulogio, donde combatíamos “trabucos” contra “sanpedros” alrededor de aquel gigantesco granado donde yo un día robé un beso a la linda niña de la barriada, mi dulce Maite de la adolescencia. Y ahora, caminando por la Calle Mayor, en busca del café, tantos años después de aquel entonces, me sigue gustando mojarme de agua bajo estos cielos grises de Las Torres.

Llueve y el amor inocente me sigue mojando la memoria. Y caen las gotas. Caen. Siguen cayendo mientras el beso adolescente junto al gigantesco granado de Cuenca entra en lo hondo de mi conciencia donde todavía queda rememorado el moralista sermón que nos lanzó el hipócrita cura de la parroquia cuando nos vio enlazados en aquel beso puro… tan puro como la imagen de estos esponjosos árboles de la Calle Mayor.

¿Quién miró y no vio nunca a la lluvia caer en forma de adolescencia latiendo entre sus manos?. Sigo caminando. Llego a la puerta de madera de “Doña Parranda” y entro en el bar. Hay ya varios parroquianos que me saludan preguntándome por qué sonrío tan de mañana. ¿Y cómo voy yo a explicarles a todos ellos, que están ahora enfrascados en tertulia de fútbol y política, que estoy sonriendo por un beso robado a la dulce Maite de la adolescencia que me ha venido a la memoria mientras me mojaba con esta suave lluvia de Las Torres?. ¿Cómo voy yo a contarles a todos ellos que sonrío porque recuerdo a los “trabucos” (nosotros) penetrando en los mismísimos territorios prohibidos de los “sanpedros” (ellos) para seguir fomentando nuestra mítica leyenda de forajidos entre las chicas de los viejos barrios de Cuenca?. No. Mejor me siento ante la mesa mientras Rosita me sirve el café con leche caliente y comienzo a escribir estas notas en mi Diario mientras oigo, de fondo, los comentarios sobre el fútbol y la política que tan entretenidos tienen a los asiduos a “Doña Parranda”.

Llueve. En esta mañana está lloviendo en Las Torres y mi nombre es como un sonido lejano que me llega contándome de batallas adolescentes en medio de un beso robado a mi princesita junto al gigantesco granado conquense. Y una pícara y burlona sonrisa de bandolero aparece en mi rostro al recordar la imagen del dedo acusador y moralista del viejo e hipócrita cura de la parroquia. Cosas de lluvia nada más.

3 comentarios sobre “Cosas de lluvia nada más.”

  1. Bendita lluvia que nos transmuta a tiempos inmemorables, con sus susurros, caricias y arrebatos bandoleros, también me vienen con la lluvia a mi las batallas de chiquillos entre los de usera y los comilleros, alli en el puente de los capuchinos, la frontera y piedras y tortas, nunca nada mas dañino, es más; si alguien salia, traspuesto de la refriega los dos bandos se unian para llevarle en bolandas a la casa de socorro de la calle General Ricardos, otros tiempos, jugabamos a las guerras con la inocencia del no querer dañar a nadie.
    La lluvia guarda la magia de la continuidad, por ello con su manto, volvemos a envainar la espada y tirachinas, sintiendonos curro jimenez en sus mejores azañas, recuerdos

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