CRISIS, CRIS Y LOS CRISTALES ROTOS.

Me he muerto en la librería. Aquél que estaba robando un libro era el negro más odiado, el sin papeles el empapelao de turno. Se forran con nosotros, dice uno y Cris, que me acompaña, pierde las gafas. ¡Cuestan un huevo! Mirando entre los tomos mezquinos descubron que están junto al Capital de Marx. Todo tiene ese aire de desgarro, de ventanilla de metadona y flor en ojal del político turista. Nos moriremos de hambre y sin gafas. La Cris se saca un pañuelo de papel y se limpia los cristales. Una oculista de la calle inventando la mirada interior. Hace calorcito. La calle no deja de sentir la ausencia de baldosas y de bancos. Es un invierno, donde Madrid comienza sospechar que está perdido entre vencejos y Prados postcoitales. No compro nada. No me gusta nada. No puedo comprar nada. Y en ésto alguien anuncia un mercadillo de camisetas con tias en pelotas. ¡Cuatro por una! Los cristales rotos no están en las gafas de Cris. Madrid siga siendo el ruido del silencio.

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