En el corazón de la comarca de la Vega Baja se encuentra El Ventorrillo, en medio de un paisaje apretado por las posesiones del aire, con colores vivos y secos, con una luz ondulada que rezuma en las cosas una densidad ovoide que hace vibrar las ondas de la superficie de la acequia. Así me encuentro yo con la vida etérea de Don Pepe, la Carmen y los abuelos que me invitan, nada más llegar, a un almuerzo de pepinos con tomates, espárragos de marca autóctona y una serie de embutidos rodeando la adición de una paella murciana, tan distinta de la valenciana que hace diferente el color de su arroz. Corre la modernidad de los automóviles por allá abajo, por la carretera gris que rodea a Librilla y marcha hacia Alhama…
Las perdices, en el atardecer, inician una sinfonía dualista que hechiza lo sorpresivo de este mundo. En la aldea todo es sensación de huerta y de limón, sensación de uvas emparradas dando sombra al porche donde todos, sentados, exploramos las ideas en medio de una charla fecunda. Escuchamos a los abuelos. !Ay de aquella época de jinetes galopando por la vega con los pantalones paneados y las alpargatas, mientras los gallos montaban a sus hembras con fingidas indiferencias!.
Empieza ahora lo más bonito de este proceso: ver aparecer la luna por encima del valle oriental mientras allí, en el occidente, el sol brilla sobre el pico de la lejana montaña. Ya pasa la calor. Ya pasa el entendimiento de las horas. Ya pasa la historia de lo que fue y lo que no fue. Y nos acercamos a las confidencias alrdededor del tintorro que nos refresca la sed desde el vidrioso porrón azulado. Siguen los abuelos. !Ay de aquel tiempo de cucañas de jabón y grasa mientras los cuclillos se reían de los zagales que intentaban aprovechar las sombras para robarles besos a sus enamoradas mozas refugiadas en los brazos del sueño!.
A la sombra de la parra medito sobre las circunstancias cambiantes de la aldea…