Crónica de la Aldea Dormida (II)

Me han despertado el estridente ruido de unas motos campestres saluidados por el efervescente canto del gallo (Claudio) que se enerva con las luces de la mañana. Han llegado los más jóvenes. Es el doble cumpleaños de Carla y Carol y viene contentos y alegres con sus motos a todo trapo. 16 años cada una de ellas. 16 hermosos años mecidos entre la adolescencia y esa primera juventud de risas blancas que llenan el ánimo de alegre sensación. Y lo hemos celebrado bañándonos todos en la piscina de Villa Carmen. Agua. Agua para esta eterna sensación de frescura juvenil y fiesta donde la amistad va ligada dela sincera compañía. Lucen las risas bajo las nubes grises de hoy.

Tras comer, ya iniciada la tarde de la siesta de los abuelos entre olor de aceite de empanadillas y uvas recién recogidas del emparrado nos hemos ido Don Pepe, Mauricio, Juanja y yo a jugar al dominó a la tasca de Manolo. El bar de la aldea donde hay síntomas de tute y mus repartidos entre las mesas de madera color café. El humerar de los cafés me trae colecciones de minutos bajo los acordes de una música de fondo, música folclórica con acentos de lo andaluz trasvasado a la huerta murciana.

Aquí, en la taberna del Manolo, es donde nos ha pìllado la tormenta. Una tormenta veraniega que dicen que viene de las Baleares. Agua. Agua para refrescar ideas de infancia. Recuerdo a Benito tomando higos bajo la lluvia…

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