Válgame el cielo para colgar miradas ausentes en él y me permitan los astros iluminar lo profundo con su presencia; pues en el aliento del infinito juraría estar preso. Que quien navega entre noches sabe, tan solo, que las estrellas guían su viaje haciendo la compañía al compás de las aguas frías y empujan a mantener el rumbo asegurando que siempre habrá tierra a la vista.
Donde el tiempo no es más que una sucesión de luces y sombras se hace la travesía monótona, solo alterada por tortugas y ballenas centenarias o bravas tormentas que agitan el alma. Siendo marino de mares sin calma se acostumbra uno a mojarse con la mar salada, dando la bienvenida al escozor en las heridas pues es buena señal de que están curando.
Cuentan las leyendas de pescadores que se debe hacer oídos sordos a los cantos de las aguas. Es el propio pensamiento que no calla el que se escucha en cubierta cuando te embriagas con el destello del sol en las olas y el aroma de la madera mojada, llenando de falsos recuerdos la espera; esperando arribar, o tal vez naufragar, en la Isla de las Mil Playas y encontrar el momento de arriar las velas para desembarcar los tesoros que se van guardando en las bodegas.
Hasta ahora el aventurarse hacia el horizonte no encuentra final, pero siempre tendrá un principio: dejar atrás las tierras hostiles de un mundo corrupto.
No esta vacío aquello que espera ser llenado, si no lo que esta colmado de materia vacía.
Sobre el océano ahora ya duermo, en busca de un nuevo día.