cuadernos Americanos: Cocora y el café colombiano

El Quindío es uno de los 32 departamentos de Colombia. Región del oriente central del país, su capital Armenia está situada en la Cordillera Central Andina. Es este el lugar nativo de los ancestrales y precolombinos quimbayá colombianos, que vivían muy cerca de la actual Antioquía. Y hemos llegado a acá, a Armenia, a las seis y media de la mañana del pasado lunes. La población de este departamento colombiano se divide así: 97,12 % de blancos, 2,46 % de afrocolombianos, 0,4 % de indígenas y 0,01 de población gitana.

La reciente historia nos dice que en 1999 hubo un terremoto en Armenia (6,2 en la escala Richter) que dejó 1.230 muertos, 5.300 heridos, 50.000 edificios derribados y 200.000 personas afectadas… pero la voluntad de sus habitantes y su fuerza espiritual hizo levantarse de nuevo a una ciudad que hoy luce espléndida con su triple arquitectura: colonial, moderna y contemporánea. Estamos, también, en una de las regiones más cafetaleras de Colombia.

Todos sabemos que el café colombiano es uno de los mejores del mundo; pues bien, entre los tres mejores cafés de Colombia se encuentra el de Armenia (son los otros dos los de Medellín y Bucaramanga). Así que tras tomar un espléndido café armenio en el Centro Comercial Cielo Abierto nos hemos pertrechados de viandas y equipaje de abrigo para ir mañana a recorrer el Valle del Cocora.

Al salir de esta ciudad-campo de Armenia la Ruta del Café nos ofrece un imponente paisjae: el cañón que da vida al Valle del cocora, en la cordillera central andina. Aquí, en un día claro como hoy, con el sol cayendo resplandeciente, se ven los imponentes picos de la sierra y se siente el silencio que nos transporta al infinito. Qué silencio más lleno de vida…

Caminamos a caballo por el Valle del cocora, a unos 2.400 metros de altura sobre el nivel del mar, con multitud de aves que surgen a los lados del camino: tucanes, loros rojiamarillos, pavas de monte, pájaros carpinteros, colibrís, barrequeros que se posan en las cercas de los ranchos ganaderos y cafeteros o sobre los árboles que dan sombras al camino. Aquí es impoisble no emocionarse con la diversidad fantástica de la flora y fauna del llamado Parque Nacional Los Nevados.

El Valle del Cocora está a 4 kilómetros de Salento y la temperatura es fría (15 grados centígrados) por loq ue tenemos que ir bien abrigados sobre nuestras monturas. En todo el recorrido se ve a la espléndida palma de cera de Quindío (el Ceroxylon quindiense) que es un árbol gigantesco que llega hasta los 80 metros de altura y que en 1985 fue nombrado, por el entonces presidente Belisario Betancourt, símbolo de la nación colombiana.

Al día siguiente hemos visitado el Parque Agropecuario de Panaca (una extensa sabana famosa por sus caballos y su ganado vacuno) y hemos ido a ver el resto del Valle del cocora hasta llegar a la cima de Los Nevados (coronados por la famosa palma de cera). Holiendo a naranjas y a café mientras cantan los pájaros. En este eje cafetero colombiano se ven por todas partes unas flores rojas y amarillas llamadas heliconias y también el verde de los plataneros y los guaduales. Esta región, llena de fincas cafetaleras, es un vuelco para nuestras almas y crecen por todas parte los frailejones, los líquenes, los musgos, los pastos parameros, los hongos, las plantas epifitas… y entre la fauna del Bosque de Boquín (con su famosa Casa de Campo en medio de él) destacan las mariposas multicolores, los patos, el cóndor andino, muchas clases de roedores, numerosas especies de venados, el oso anteojos, los armadillos, los erizos el perro de monte y el puma o león de la montaña. Todo ello respirando un aire puro en un entorno enteramente natural donde se escucha siempre el ruído del río Quindío.

Aquí todo es digno de ver: un ave de ala larga y los troncos naranjas de los árboles. Las palabras sobran, el ritmo de la naturaleza impone su verbo, lo inmenso de la lejana cordillera impresiona y hay una energía sobrenatural que dicen que proviene de las entrañas de la tierra. Hemos pasado por el estruendoso río Cárdenas (lleno de truchas habiendo dándonos de comer unas que estaban excelentes y recién pescadas)), por algunas fincas cafeteras (como El Portón) donde nos han brindado un inmejorabel café colombiano, uno de los mejores que he saboreado yo en mi vida, dándonos el buen consejo de que “el café, tomado en medida prudente, mejora la concentración, la capacidad de aprender y la facultad de reacción”. Y es cierto.

Antes de irnos de aquí hemos ido a alojarnos al pueblo de Salento: un pueblecito de casas coloniales alrededor del Bosque de Bolívar, con su bulevard gastronómico escelente sin olvidar las escenas de sus lámparas caperuzas, los estribos de caballo, las máquinas de coser y las botellas de leche de la época colonial. Nos hemos ido del Cocora con el alma llena de belleza. Colombia, !qué hermosa parte de la Tierra eres!.

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