Cabalgábamos los dos por las verdes llanuras del Tucumán argentino. Tu
como siempre, unos metros delante de mi. Yo, detrás, resguardándote de cualquier peligro y pensando en ti… pensando en ti… siempre pensando en ti. Pero no de la forma que van los interesados ni de la forma en que van esos millonarios bucando las opciones más baratas
para tomar sus mercancías humanas. No. Yo nunca he sido ni seré así. Y de esta manera cruzábamos la pradera donde los mirlos nos saludaban con sus armoniosos piares que sonaban a sinfonía completa. Yo no soy de esos millonarios avaros de los que hacen caminos fraudulentos sino de los que hacemos caminos más fatigosos pero de más resistencia. Me resisto a olvidar aquel nuestro viaje al Tucumán y Mendoza.
El arie solano afinaba el páramo y viajábamos por el camino con nuestra visión interna del mundo entero. La región de Tucumán se abría poco a
poco. Fue un total acierto besarte entonces. No me arrepentí nunca ni nunca me arrepentiré de eso. Tú, como siempre, caminabas unos metros delante. Yo iba detrás, vigilando los posibles peligros que te pudieran acechar en forma de licántropos hambrientos. Yo sonreía con mi sonrisa bohemia mientras tu reías abiertamente y cantabas recordando a Amedio y su mono buscando, en Mendoza, a su mamá.
Era una verdadera alegría cruzar las calles de Mendoza a pie. Así que descabalgué de mi caballao “Greco” y, abrazándote suavemente por la cintura y mientras te besaba con ardor en la boca, te hice desmontar de tu yagua “Onfelia”.
Esa es la gran ventaja de tener fe en tu tierra argentina, Princesa.
El terreno, por el costado derecho de Mendoza, conservaba algunas modificaciones desde la última vez que estuve aquí. Debía ser que con la nueva luz se podía ver mejor el efecto óptico de sus calles. Algunas, las más estrechas y oscuras de ellas,eran nuestras preferidas, para engancharnos al mundo de los amantes que por ellas circulaban.
Había geranios en los balcones y, de vez en cuando, alguna cantina o tasca abría sus puertas y nos invitaba a parar un momento para tomar un gintonic con café y azúcar. ¿Recuerdas, Princesa?. ¿Recuerdas aquel viejo álamo en plena ciudad donde nos cubrimos de la fina lluvia mendocina. Fue un beso prolongado… prolongado… y extendido por todo el vigor de la savia del árbol. Fue un beso que escaló hasta la última hora del atardecer y subió a los cielos.. perdiéndose entre las nubes. Quizás algun viajero de algún boeing lo pudo ver a través de su ventanilla…
Mendoza, capital de Tucumán y que hace el milagro de que quien entra a pie en ti sale también de pie de ti. Por el color de los ladrillos rojos hay niños rapaces gateando. Parcen musarañas buscando nidos de pajarillos… claro que es sólo una imaginación del Sol. Los niños y las niñas de Mendoza están ahora estudiando aritmética para saber cuántos pies de largo tiene una sombra o para saber cuál es el número exacto de besos que hay que dar “la primera vez”…
Al fondo del horizonte mendocino observamos la fortaleza hispana, las blancas casas argentinas y los jardines llenos de magnolias y gladiolos. De vez en cuando una enredadera trepa una vieja pared donde un grafitero ha escrito: “De Mendoza al Cielo pasando por el Paraíso”.
Recuerdo que en aquel inolvidable atardecer veíamos la luz al final del túnel. Si. Quiero decir que estuvimos cerca de la muerte… pero no… no de esa muerte que la gente cree vestida de negro y con guadaña. Estuvimos al borde de morir de amor… morir de amor… morir de amor…
El caso es que en el Casino de Mendoza las fichas estaban trucadas; pero nunca supieron que fue lo que pasó. Nunca supieron cómo aquel burdel en que habían convertido al viejo Casino se había convertido, de repente, en toda una Mansión Señorial. Bastó solamente con una ligera insinuación tuya y todos los moscos cayeron atados de presas en la miel por desearte a ti. Y yo, sentado en el fondo del Casino, con las alas tapando mis ojos, simplemente fumaba y sonreía… mientras te escribía el sigueinte tango:
Hembra dulce de mis sueños
de la pasión cercana a mi delirio
en el cafetín de los arrabales
siempre bailo con tu sueño.
Consuelo… consuelo
para tenerte en mis brazos
y decirte algo tan grande
como la pequeñez de mi misterio.
Si. Hembra dulce de mis sueños.
La mirada se me pierde en tu boca
y me veo perdiendo la batalla
de la lucha mantenida sin cuartel.
Y viejo, y abatido, y adolorido
monto en mi caballo blanco
mientras tu me sigues con la mirada
y vuelas montada tras de mí.