Cuando dejamos de ser niños…

Los hermanos Marx fueron cinco: Leonard (Chico), Adolph (Harpo), Julius (Groucho), Milton (Gummo) y Herbert (Zappo). Pues bien: Harpo era el que hacía de mudo. El más “niño” de los cinco hermanos Marx. Tan niño que uno de sus hijos adoptivos dijo de él: “mi padre nunca tuvo una segunda infancia, porque jamás abandonó la primera”. Harpo Marx (de nombre real Adolph) siempre saludaba con la pierna, de una manera tan humorística que llegó a convertirla en una costumbre social. Se cuenta incluso que el rey Eduardo VIII de Inglaterra le ofreció una vez su pierna como saludo. Harpo Marx murió en 1964 y en su entierro fue la única vez que se vio llorar en público a su hermano Groucho.

Dejar de ser niños es una de las peores decisiones que tomamos en la vida. No estoy hablando de no crecer, que es algo que necesitamos todos. Tampoco estoy hablando de no alcanzar la madurez en la vida y de no hacer lo que debemos hacer adquiriendo la sabiduría propia de cada edad. Me estoy refiriendo a dejar de abrir los ojos de la sorpresa, a dejar de jugar, a dejar de confiar en otros, a dejar de aprender continuamente, a dejar de sentir la vida…

Porque cuando dejamos de ser niños nuestra vida se está empezando a morir día tras día. Porque cuando dejamos de ser niños perdemos la capacidad de asombrarnos por lo que vemos, las aventuras dejan de tener sentido, nuestra imaginación queda encerrada en una lógica absurda muchas veces, perdemos el tiempo queriendo llegar a todas pàrtes, olvidamos que podemos jugar mientras vamos por el camino, desaparecen los juegos, los abrazos, los encuentros…

Cuando dejamos de ser niños ya no escuchamos con la boca abierta, ya no examinamos las cosas con los ojos saltones, olvidamos hablar dibujando una sonrisa en los labios porque tenemos miedo de que nos llamen tontos y nos complicamos la vida de tal manera que pasamos mucho tiempo cada día pensando en cómo sería nuestra vida si volviésemos a ser niños.

Cuando dejamos de ser niños desaparece la fe, la confianza, la ilusión… y queremos racionalizar todo creyendo sólo lo que vemos y confiando sólo en lo que está escrito. Sólo nos ilusiona aquello que entendemos que nos va a dar algo que ganar.

Cuando dejamos de ser niños nos olvidamos de que los juegos se inventan a diario, de que los mejores momentos son los que pasamos junto a nuestra familia y nuestros amigos. Olvidamos que cualquiera que llega, independientemente de su raza o condición social, puede ser nuestro amigo para poder jugar con él.

En el mundo actual es necesario volver a ser niños… porque cuando volvemos a serlo comprendemos las promesas que brillan en nuestra vida y nos hacen felices; porque de nuevo la risa en nuestra boca aparece, porque si desgraciadamente las circunstancias nos llegan a vencer y dejamos de ser niños es que estamos comenzando a morir.

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