Cuando mi madre asaba castañas…

Eran fiestas de vida enardecida. Al olor y sabor de las castañas se reunía toda la familia en unos conciliábulos que podrían titularse algo así como “conversaciones alrededor del brasero”. Allí alimentábamos nuestra más tierna infancia mientras mi padre fabricaba sus propios cartuchos de caza, recargándolos de pólvora y perdigones, para salir el domingo en busca de conejos, palomas, perdices y codornices. Por aquel entonces nosotros disfrutábamos de juegos aprendidos en los Tambores Lejanos o El Puente sobre el río Kwai y sólo los vecinos de enfrente tenían un televisor en blanco y negro. Mientras yo oía las voces de los locutores de la radio, la Escala en Hi Fi me sonaba a lejana música hawaiana retrotraída desde Nueva York, una ciudad tan lejana como el famoso paralelo asiático de las Coreas.

Cuando mi madre asaba las castañas nosotros coloreábamos con nuestros lapiceros “Alpino” dibujos de aventuras extraterrestres en tiempos en que Diego Valor luchaba contra los “mekones” y las chicas eran algo así como fantasmagorías mistéricas… excepto La Toti y la Piluchi que luchaban entre sí por ser el foco de atención de toda la chavalería del barrio; aquel barrio colgado entre el parque del Retiro y la avenida del Doctor Esquerdo en un Madrid lleno de árboles de “pan y quesillo” hacia cuyas ramas saltábamos con afán de sentir que estábamos creciendo…

Cuando mi madre asaba las castañas nosotros nos lanzábamos cuesta abajo hacia la barriada de Vallecas montados en patinetas de madera confeccionadas con la artesanía de la “buena memoria” y arrastrábamos la melancolía de los cánticos escolares mientras escuchábamos a los niños de San Ildefonso “cantarinear” las bolas del Gordo… un Gordo que nunca se asomó por el barrio mientras todos nuestros padres (y los tíos venidos del pueblo) se desmigajaban la vista recorriendo las largas series de la “pedrea”.

Al olor y sabor de las castañas entonábamos villancicos mientras tocábamos zambombas, panderetas y botellas de anís del mono mientras el tío Pedro “El Olivos” siempre se emborrachaba y daba muestras de su excelente humor a la par que hacía equilibrios circenses sobre aquellas sillas de madera en donde yo emulaba a Federico Martín Bahamontes cuando iniciaba mi particular Tour por los acontecimientos cotidianos.

Entonces, cuando mi madre asaba las castañas, la vida era tan hermosa que sólo era necesario amarla… al igual que a aquella princesa nacida en el río Amazonas que me tenía desvelado todas las noches en que yo soñaba con peces de colores nadando en las abruptas aguas donde nadaban los animales cocodrilianos que yo había estudiado en los libritos de la colección Pulga. Y los vecinos de enfrente, para darnos en las narices con su “artefacto” televisivo en blanco y negro, nos contaban que acababan de ver el último gol de tacón de Alfredo Distéfano y que el Real Madrid acababa de golear al Stade de Reims, ciudad que por entonces a nosotros nos sonaba a queso “gruyere” y “foia gras”.

Cuando mi madre asaba las castañas la vida era tan bella que sólo se llamaba Infancia…

7 comentarios sobre “Cuando mi madre asaba castañas…”

  1. !Precioso recordatorio anímico y literario a la vez, Diesel!. Muy bella tu expresión que recoge en un puñado de “estampas” un verdadero universo de vida. Que tengas un Feliz 2007.

  2. Diesel, un texto lleno de fuerza evocadora, sobre todo para quienes fuimos niños en ese mundo maravilloso que tan bien describes, en el que Diego Valor volaba casi tan alto como Alfredo Diestéfano y la Navidad olía a castañas asadas. Un fuerteabrazo

  3. Bienvenido de nuevo ya se echaban tus textos de menos, como siempre impresionante, al leerlo me has introducido en tu epoca y me has echo tener unos viejos recuerdos en una zona muy cerquita a donde tu vivistes, sigue asi porque gracias a tus textos nos haces pasar unos momentos inolvidables.feliz año y un beso muy fuerte.

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