Cuento de los dos campesinos

LA TORPEZA DE IGNORAR LOS TALENTOS DE NUESTRA TIERRA

Había una vez dos campesinos, Justo y Prospero, que vivían el uno al lado del otro. Ambos tenían una finca que contaba con un hermoso campo de tierra fértil, regada por un riachuelo de agua cristalina y pura que cruzaba por el centro de ambos campos. Como a los dos les gustaba cultivar flores, acudían juntos a ferias y certámenes y siempre volvían cargados de semillas de las más bellas y exóticas. Los dos organizaban fiestas a las que invitaban a los demás vecinos a saborear los ricos frutos de su huerta y contemplar sus hermosas mansiones de gran historia arquitectónica, heredadas de sus bisabuelos.

Disfrutaban paseando con ellos por sus jardines y mostrándoles los bellos ejemplares botánicos que tenían. Con el tiempo la voz se corrió y cada vez era mayor el número de viajeros que acudían de los más remotos rincones del mundo a conocer aquellas fincas. Cuando los visitantes se marchaban siempre iban cargados de recuerdos agradables para ofrecerlos como presentes a sus parientes y amigos, así que acabaron instalando una tienda donde los interesados, por precios razonables, podían elegir y adquirir dichos presentes.

Con los años eran cada vez más los visitantes que, atraídos por la fama y hospitalidad de estas fincas, acudían a admirarlas.

En la época de siembra, los dos campesinos esparcían las semillas por sus campos y las sembraban. Cuidaban sus campos con cariño y esmero de manera que siempre estuviesen fértiles y preparados para conseguir la mejor cosecha de flores, conscientes de que en gran parte la fama de sus fincas se debía a sus jardines.

Justo sembraba todas las semillas que compraba fuera, pero se aseguraba de quedarse siempre con una buena cantidad de la propia, pues era consciente de que la semilla surgida y sembrada en su propia tierra se adaptaría mejor, y el sentía estas flores como más suyas. Con el tiempo se sintió muy orgulloso de contar con un jardín enorme donde florecía desde la más tímida y minúscula flor hasta el ejemplar más grande, hermoso y altanero. Justo Era consciente de que en un jardín, para que fuese armonioso tenía que combinar diversas y variadas especies de flores y de que a los ejemplares más simples y débiles, si se les proporcionaba una oportunidad y recibían los cuidados adecuados, quizás con el tiempo se hiciesen más fuertes y hermosos. Esto no impedía que cuando viajaba a las ferias siguiese comprando nuevas y variadas semillas que alternaba con las propias, y así su jardín se fue multiplicando en el infinito.

Con el tiempo se hizo muy rico y amplió muchísimo su finca.

Prospero por el contrario se limitaba a sembrar algunas de las semillas que compraba y alguna que otra propia, consiguiendo algunos ejemplares realmente magníficos, recibía a sus visitantes con todos los honores y les enseñaba sus pertenencias. Pero con el tiempo, el número de visitantes se fue reduciendo. Los que acudían lo hacían para admirar las bellas flores extraídas de las semillas importadas, pero las originales, las que se habían cultivado en sus tierras desde los tiempos de sus bisabuelos, fueron perdiendo fuerza y acabaron por extinguirse.

Ni la satisfacción y orgullo de Prospero tenían comparación con los de su vecino Justo que supo revalorizar sus propias semillas sin olvidarse de ninguna especie y sin descuidar las adquiridas fuera.

J.DIANA

2 comentarios sobre “Cuento de los dos campesinos”

  1. Se asemeja un poco a la parábola de los talentos, los otros talentos que eran la moneda de la época.
    Lo que dice tu texto es lo que me hace a mí pensar a veces en las aptitudes desperdiciadas. Y no sólo se desperdician aptitudes, sino que hay quien tiene miedo de avanzar en el Camino. O puede que no sea miedo, sino simple comodidad. Y así se reciben en la infancia unas normas de conducta, que tengan o no que ver con la religión, y se siguen a conveniencia, a veces sin apartarse un paso ni para bien ni para mal.
    Me ha gustado mucho.
    Un beso.

  2. Cuento con parábola, jorami. Es cierto. Muchas veces la equivocación está en el planteamiento de las cosas que realizamos. El primer campesino supo combinar lo autóctono con lo del exterior y logró una síntesis preciosa (como, digamos un ejemplo, la interculturalidad de los tiempos actuales). El segundo campesino cometió el error de rechazar lo propio y seguir un modismo equivocado: admirar lo de fuera y despreciar lo de dentro. Por eso mientras Justo triunfó plenamente, Próspero quedó un poco “despersonalizado” al traicionar su propia idiosincrasia. !Un abvrazote, jorami!. Vuelvo a insistir en que ya puedo entrar a tu jardín gracias al sistema que nos explicaste!.

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