¡Cuidado con el vecino!

Son las cinco menos cuarto de la tarde y el reloj es redondo.
Con puntualidad cuelga de la pared, sin marearse aun dando vueltas las agujas sujetas a su centro pues no es digital, ¡vaya uno para las modernidades!

El reloj de los abuelos tiene gruesas agujas que se mueven dando diminutos pasos descalzos, haciendo voto de puntualidad, como insinuando que no todo avanza tan rápido en la exitosa y forzada sociedad de la impaciencia.
Colgado en el paisaje blanco de la pared juega artificialmente a ir cosiendo un instante con otro.

De fondo suenan tímidamente rebeldes las noticias de las cinco, de las cuatro, de las tres, de las dos, ¡que importa!, pues para eso es el viejo y magullado transistor.
Aún con pilas está radiando la vieja actualidad de siempre.
El abuelo con el oído pegado al aparato y con miedo a que alguien tras alguna pared vecina descubra tal clandestinidad atiende al chisme con cuidado, cuidándose, ¡por favor!, de hacer aspavientos verbales en caso de buenas noticias.

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