Cuántas veces paseando…

Cuantas veces paseando por el mismo camino, sin ver a nadie pasar, sin que pasara nadie, solo mis vagos y pesados pies sin dirigirse a ningún rumbo. Tan solo en ese perdido paseo, me acompañaba un solitario y viejo banco que nunca lo vi ocupado, estaba vacío, como yo estaba vacía por dentro. Un banco que esperaba a que llegara alguien y lo llenara con su compañía y presencia, y un corazón que estaba esperando a que alguien se sentara en ese banco y se lo llevara. Mis ojos se acostumbraron a la misma luz de aquellos suelos desgastados que a mis pies se encontraban, la vista se mantenía fija y penetrante como si quisiera atravesar ese suelo y ver si había luz más allá. El tiempo pasaba sobre las horas del sol y el regreso de la noche con la luna, y mi tiempo pasaba sobre mi vida y bajo mis pies. No podía estar así, sin ver nada, sin hacer que no veía a nadie, y ese banco que aun seguía envejeciéndose no quería dejar de ser inservible sin haber ofrecido su lecho antes. Por eso yo no podía dejarlo ahí, vacío y sin darle una oportunidad a sentirse querido y sabido,. Yo era la única que tenia la última palabra y quien podría cumplir su deseo. Me senté, me senté en él, esperando a que ahora alguien se sentara junto a mí, y llenaran mi vacío porque él era el único que se quedaría esperado hasta que mi deseo se viera cumplido.

Un comentario sobre “Cuántas veces paseando…”

  1. Nostálgico relato donde se une el afán de compañía con la quietud de lo solitario. Siempre puede surgir la milagrosa realidad cambiante y que el banco se nos transforme en vínculo amoroso.

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