¡Tang! ¡Una! ¡Tang ! ¡Dos! ¡Tang! ¡Tres! ¡Tang! ¡Cuatro! ¡Tang! ¡Cinco! ¡Tang! ¡Seis! ¡Tang! ¡Siete! ¡Tang! ¡Ocho! El reloj de la Iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro señaló las ocho de la noche en punto. Para comprobar que era cierto, María de la Soledad De la Hora de Jesús consultó su lujoso reloj de pulsera. Efectivamente, eran las ocho de la noche en punto. Un enorme vacío la impulsaba a volver al principio. Siempre el principio como gélida causa de su vida violenta. La vida de una señorita que no tenía más quehacer que seguir, continuamente, huyendo…
Terminó de beber su copa de licor de canario y se levantó lentamente, como si una pesada carga de pecados la estuviese señalando siempre como culpable. Su culpabilidad consistía solamente en seguir huyendo… siempre huyendo… sin llegar nunca a ninguna parte más que al aeropuerto donde él había tomado el vuelo de ida sin retorno…
Las boutiques más originales tenían todavía sus puertas abiertas, pero María de la Soledad De la Hora de Jesús ya estaba vacía del todo. Si vestía a la última moda era para intentar dejar de crecer; porque los recuerdos de la infancia siempre la obligaban a tener que huir… siempre huyendo… y siempre sabiendo que él nunca iba a regresar por muchos aviones que llegasen a aterrizar transportando viajeros cansados…
Aquel trajinar por la vida nocturna sin encontrar nunca el lugar adecuado hacía que su alma le pesara el doble o el triple o esas cantidad indefinida que no sabía descifrar y que había visto en la mirada de él cuando, tras encender su penúltimo cigarrillo, le dedicó una despedida que ella quería detener dentro de su memoria. Pero le resultaba imposible de interpretar…
Interpretaciones. La existencia de María de la Soledad De la Hora de Jesús era una continua acumulación de interpretaciones que sabía dónde comenzaban pero que siempre desconocía dónde iban a terminar… a no ser que él le escribiera algún mensaje… pero con el corazón torcido era imposible, del todo imposible, que él la enviara algo parecido a un misterioso afán… porque de la utopía a la realidad él se convertía en un príncipe inmortal, en un titán de tragedia griega donde siempre surgía como vencedor…
Los nervios lograban igualarla a cualquiera otra que él había conocido y lo que parecía imposible era resguardarse de los recuerdos, hacer como que lo justo era lo contrario en aquella noche en que, para sentenciar por la vía rápida, él usó una confianza en sí mismo que ella desconocía por completo: el más intenso momento para acabar de aquella manera…
En el regateo de las calles nocturnas, el conjunto final no era lo suficientemente preferible; pero ella prefería jugar con esa desventaja, cobijada sin saber por qué en la sonrisa que había conocido. ¿Era esa sonrisa de él una profecía de exterminio? Lo primero que pensó, cuando ya habían sonado las ocho de la noche en punto, era que la niebla desaparecería y él volvería a ser el mismo héroe de siempre. Y, sin embargo, la niebla permanecía como un suspiro hundido en el pozo de su enorme gasto de energía…
La propuesta era encontrarle en algún oscuro cafetín de la isla, como sucede en los guiones para cine fantástico que él seguiría escribiendo en algún rincón y acompañado de algún poema de su querida y sentida bohemia. Pero la bohemia había pasado como un relámpago por su vida y renunciar al pasado era la única terapia que le quedaba; porque en los cafetines oscuros de la isla nadie pudo darle ningún dato sobre él, aquel desconocido que seguiría siendo un náufrago en tierra firme, una abundancia de mentiras para producir una sola y gran verdad…
Se decidió a buscar la opinión de los pescadores. Abandonó el aeropuerto. Subió en su automóvil y se dirigió hacia la costa aún sabiendo que estaba pasando el tiempo y seguía dando bandazos con su corazón. Pensó que siempre hay algo que puede ser la historia de un hombre; pero la historia de aquel hombre a quien quería de verdad había sido borrada de su imaginación. Le quedaba solamente la memoria…