Sólo recuerdo su nombre: Raquel. Ella era la más alta de una clase de niñas de unos diez u once años, porque repetía curso. Quizá no fuera sólo por eso, sino también porque proviniese de una familia de gente de mucha estatura.
Como yo iba muy bien, ella procuró por todos los medios y consiguió que la sentaran a mi lado. Disimulaba muy bien su ignorancia en casi todos los temas y, al ser mayor y con más picardía que yo, conseguía apropiarse de mis respuestas a los ejercicios y darles una pequeña vuelta para que parecieran originales. Hay que decir que yo facilitaba mucho las cosas y la dejaba mangonear a sus anchas.
Así fue como aquel curso consiguió quitarme el puesto de primera de la clase. Ese día perdí parte de mi inocencia y de mi fe en el ser humano.
Ese pasaje de tu vida nos ha sucedido a mas de una persona…..recuerdo las veces que me ha pasado a mi , y al darse cuenta la , era yo a la que castigaban ….cosas que pasan.
Un abrazo Carlota.
Tu texto me ha gustado. está cargada de sencillez y mensaje.
Cuando vemos el pasado desde la distancia siempre queda un vacio que nos quedó, aunque ese pasado sea perfecto el tiempo siempre nos trae pequeñas cosa que somos capaces de ver desde la madurez que entonces no teniamos.
Siempre los “listillos” se aprovechan de los inteligentes, pero prefiero ser inteligente antes que listo.
Un saludo Carlota.
Estoy de acuerdo con Kiowa. En América Latina se conoce como “vivo” (viveza) al truhán o truhana que hace trampas para quedarse con el triunfo o el éxito en alguna tarea. Eso es un cáncer de los latinoamericanos que se vuelve siempre contra ellos. Es preferible ser inteligente a “listillo” o “vivo”. La viveza criolla o la viveza de cualquier persona es algo deleznable.