Dentro de nosotros alguien que no somos nosotros nos va inventando y haciendo siempre el mismo truco: irse muy lejos para borrarnos. La última página de todas las historias escritas por nosotros siempre tiene impresa dos nombres: el nombre de quien la escribe y el nombre de quien la está viviendo. Es entonces cuando vuelven la horas a retomar sus alas y sólo una de ellas se queda dentro de nuestro horóscopo. Cuando somos capaces de intuirlo estamos predispuestos a ver la luz encendida en la casa de un ciego. Sobre una línea de nuestras escrituras centramos la imagen y vemos al ciego haciendo equilibrios para metamorfearse en atmósfera. Nada nuevo en realidad: cada poema tiene la piel en el mismo rostro de siempre, los mismos aprendices de escritores nos expatriamos de las letras, la luz declina sobre la terraza y siempre hay un rock and roll en el bum bum bum de un corazón lleno de emociones.
A diferencia de lo que ocurre en el mundo de la Literatura Oficial de las Grandes Editoriales (las del comercio lucrativo y charlatán) donde todos se acompañan de grandes y voluminosas novelas llenas de oráculos grandilocuentes, nosotros nos movemos con pequeños relatos sin estruendo. Y en el momento del brindis final tenemos siempre la opción de regalar el éxito a cualquiera que desee ser protagonista… porque dentro de nosotros alguien que no somos nosotros nos va inventando y haciendo el viejo truco de irse muy lejos para borrarnos.