Descubriendo La Fibromialgia

Cuando se dio cuenta que andaba hasta el cuello en la ciénaga ya había recorrido la mayor parte del espacio que la separaba de la liberación. Exhausta y apunto de desfallecer se encontraba al límite de sus fuerzas. Ni el sol de la mañana, ni la sincera vergüenza de la tierra al enrojecer en los atardeceres cuando aquel sol la acariciaba tiernamente en su despedida, la hacían ya sonreír. El canto de los pajarillos no llegaba al cenagal, y su memoria no la dejaba recordar el maravilloso canto que antes le parecía mundano.

Sin embargo avanzaba donde no quedaba mas que caer y olvidarse hasta de si misma. Las puertas del escape estaban cerca, se lo decían sus venas. Se lo decían sus terminaciones nerviosas. Se lo decía a si misma con lentos movimientos de hormonas entre neurotransmisores.

La noche llegaba cada día mas temprano y con ella la soledad del hastío por lo que ya alcanzaba. Pero seguía adelante, lenta e inexorablemente, hacia su destino. Sabía que allí, algo mas adelante de lo que podía calcular su esfuerzo, esperaba la salida. Debía seguir avanzando. Tenía que seguir avanzando.

El cenagal se acababa y los jirones de su piel se entumecían al calor del nuevo sol. En poco rato los vapores sulfurosos volverían a golpearla en algún lugar de su inocente cuerpo. Muchas veces se había preguntado cual era el designio por el que había sido marcada para el dolor, la incomprensión y, casi al final, la soledad. Era una pregunta sin respuesta y no se esforzaba por resolverla. Era y punto.

De pronto se dio cuenta que no andaba sola. En los últimos días había empezado a oír voces a su alrededor, aunque no podía ver a nadie mas allá de la vegetación en la que se encontraba. Se dio cuenta que también podía oír entre las voces algunos lamentos parecidos a los suyos. No fue sino hasta el último día de viaje en el fango que también oyó risas. Entre las ramas de un viejo árbol le pareció que alguien se había movido, pero no llego sino a presentirlo mas que verlo. El final estaba cerca.

Una mata de espinas la agarro al final de la tarde y lucho hasta sentirse caer sin fuerzas. La mata la envolvió clavando sus punchas en la piel. La madreselva que había empezado a ser mas habitual en los últimos días sujeto fuertemente los espinos. Ella supo que tenia la naturaleza de su lado, sin ella no habría podido llegar hasta allí. La fuerza vital venció al espino y la empujo desde atrás como si de una mano amiga se tratase. Su subconsciente se aferró a la idea de que al final su propia naturaleza la protegería del dolor y arrastrando mechas de espino y madreselva en sus manos y pies, salió por fin al primer claro de verde frondo y brillante. El sol aparecía de nuevo descubriendo un nuevo camino. Las personas que oyera en su lucha por salir de la oscuridad la miraban tiernamente desde el centro del claro. Le susurraban palabras al aire que la animaron a incorporarse. Ya no estaba sola, pero ¿quienes serian esas gentes? ¿De dónde vendrían? ¿Cómo habrían llegado hasta allí?

Ella se dejo insuflar cariño y comprensión. El dolor seguía allí con ella, pero el cenagal había quedado atrás. El camino que tenia por delante se averiguaba largo, pero tenia fuerzas renovadas, porque ella sola había conseguido superar su desesperación. El valle a sus pies era un nuevo reto a su sensibilidad, pero volvía a ver a los pájaros jugar con las nubes. Tenía sed y bebió. Y siguió caminando. Tenía hambre y comió. Y empezó a sonreír. Tenía amor y lo compartió. Y acabo perdiéndose en el camino, esta vez altiva.

Eduard Pascual

2 comentarios sobre “Descubriendo La Fibromialgia”

  1. Hola!!… un texto muy lindo y con una gran ensenanza detras de todo el dolor. Una historia de superacion sin duda y de perseverancia como lo es todo en la vida. Un saludo a distancia… y sigue adelante aunque a veces oigas risas hacia ti. : )

  2. Superar el dolor tiene todo eso que tan magníficamente expones en tu texto, Eduard. Superar el dolor supone dejar de ser por un momento todo lo que simplemente eres. Un ser humano nada más. Y eso trae jirones y heridas y risas a tu espalda… pero si al final lo superas (como consigue hacerlo la heroína de tu relato)se empieza a sonreír y a compartir todo el amor trocado y a tener la seguridad de que el camino es lo suficientemente largo para poder salir de la espesura donde tanto nos lastimas las púas. Un abrazo.

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