Aquella lluvia de la infancia se ha convertido en una categoría del alma. Así comienza Manuel Vicent su Deshielo del País del pasado domingo. Y así comienzo yo mi Desflore de la infancia que pasa, igualmente, por tebeos en blanco y negro donde lo inmenso no sólo era la aventura sino saber que los gorriones formaban parte de la mitología de los pájaros ateridos al otro lado del ventanal.
Manuel Vicent termina su columna señalando que durante su caída la nieve atraviesa nuestra memoria y también el corazón de los pájaros. Es aquí donde yo comienzo por sentir que los copos invernales me hacen deslizarme hacia el sendero de la ciudad. Parece que no, pero la ciudad tiene senderos: seiscientos senderos amarilleando la luz de los tornasoles, una riada de metáforas sobre la vida inhalada como un suspiro ultravioleta, como cien saetas de la memoria, como mil acordeones del entresuelo.
No sé por qué pero la desfloración de la infancia viene a ser algo así como un sonido imaginario que evoluciona desde el túnel de la noche ancestral y se hace cada vez más poderoso, más violento, más desmitificador y más decadente y oscuro cuanto más lo escuchamos en el interior de nuestras realidades.
Después nuestra vida va circulando por tramas paralelas mientras adaptamos los tiempos presenciales de nuestra continua contemporaneidad a esa inmensa emoción de sentir el drama testimonial de los sentimientos. la desfloración de la infancia nos deja siempre un trasfondo de mimbres que se cruzan para ir conformando nuestra chavalería en un entretenimiento de color rosado. Invento nada nuevo pero invento inveterado donde los paradigmas del tiempo nos desafían a ser colaboradores puntuales de un prodigio de las matemáticas: que todo lo que se suma se profundiza en el recuerdo.
!Muy lindos poensamientos!. Invierno y primavera son dos estaciones de los extremos que se enlazan sus manos en el punto concéntrico de las últimas edades del año y las primarias (por eso nos atraen tanto en las infancias). ¿No es verdad, Diesel?. Un beso, compañero.
así es, Carolina. Las flores siempre nacen tras copos llenos de lluvia y el paso de las etapas epocales en los humanos es, por simbología propia, una eterna elipsis de las cuatro estaciones del año que se refugian en nuestra memoria al tiempo que vamos creciendo. Te devuelvo el beso, amiga.