Quito, 12 de enero de 2005
Hoy ha sido un miércoles no de cenizas precisamente, sino de cálido silencio amenizado por la frescura del patio interior de m conciencia. He visto pasear, una vez más, al sordo vecino de enfrente, el de los zapatones anchos y la ancha gabardina que, estirado como un flamenco, atraviesa las calzadas como el duque de Miramolín: sin dignarse dar un saludo de buenos días ni al semáforo de la esquina. Adusto vecino de enfrente. Seco vecino de enfrente. Sordo vecino de enfrente mientras el colombiano nos regala café aromático y el motorista luce su Honda en su máximo esplendor…
Después, tras comer en la casa de la madre de Iván (como vengo haciéndolo durante toda la semana) he meditado un poco en las frivolidades del fifiriche de la alta clase social y me he bajado, voluntariamente, a los terrenos ásperos pero sinceros de los obreros barriales…
Hoy ha sido un miércoles no de cenizas precisamente, sino de cálido silencio amenizado por el largo paseo con Liliana -la hamburguesa enternecedora de nuestra intimidad por medio- y esta noche me he encerrado en la jaula azulada de este diario y, sin más, he hecho acopio de paciencia con sus sufrires. !Pero cuán gozosa salta el alma dejando impreso en sus hojas cuadriculadas el círculo de tantas emociones!.