De muy pequeñito, de cuando no se tiene conciencia del peligro porque nosotros mismos somos el peligro, de cuando el miedo no existe más allá de la cobija de la cama… quise ser torero y, en las fiestas navideñas, andaba yo siempre dando capotazos al perrito casero y al mono de la botella de anís. Después, cuando ya la conciencia avisa de que un toro no es un mono anisado o un perrito faldero, quise ser futbolista para marcar goles en el estadio de las fantasías de mi adorada ensoñación y, muy pronto, cuando la poesía hizo estragos en mi blanca mente matinal, quise ser poeta, escritor, periodista de sucesos extraordinarios…
y forjé mis primeros argumentos con gatos jugando a ser marineros con los cordones, con cuentos inmersos en las oleadas del sentimiento juvenil, con entrevistas que iban desde El Piru Gaínza hasta Feodor Dostoievsky pasando por Jomeini y la Ornella Muti, de largas noches haciendo comentarios a las alboradas… y entonces quise ser locutor transmisor de hondas ondas asimetriadas con los acordes de mi corazón. Después quise ser maestro y me ví rodeado de canciones en las tramontanas jornadas de mi quehacer…
Mas hoy he despertado queriendo ser nube para envolverme en el algodón de mis níveos pensamientos y hacerme visible en medio del éter del alto sentir de todas las presencias; quisiera ser lluvia para empaparme de ideas montaraces y emerger en todo el contorno de mis estancias; quisiera ser monte y recoger en mis laderas todo el profundo sentimiento de las horas cuajadas en el atardecer; quisiera ser aire para elevar a Dios todas las plegarias humanas que hablan de horas recogidas en el semen de todos los crepúsculos; quiera ser luz… solamente luz…