Diyarbakir, 8 de octubre de 2005: Tierra-baluarte
A todo ¨galope de metal” pasamos la Presa de Keban (en el Eúfrates) y la ciudad de Elazig (con 200.000 habitantes en su haber) y a todo “galope de metal” bajamos hacia Diyarbakir, a orillas del Tigris, ciudad muy repleta de kurdos. ¿Cuántos kurdos hay en realidad?. No existen estadísticas oficiales a este respecto y las cifras que se dan, extraoficiales, varían mucho según la fuente que se consulte. Los kurdos, que es la fuente que consulto ahora, dicen de ellos mismos que son aproximadamente (en números redondos para no fatigar la memoria), 34 millones y medio. Los desglosan de la sigueinte manera:
20 millones en el Kurdistán Noroccidental (Turquía), 7 millones en el Kurdistán Oriental (Irán), 4 millones en el Kurdistán Meridional (Irañ), un millón y medio en el Kurdistán Suroccidental (Siria) y 2 millones repartidos entre las repúblicas ex-soviéticas de Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Tayikistán y Kirguizistán. No existe, repito, una cifra concreta en ningún lado y yo creo, sinceramente, que esta cantidad que dicen los kurdos está ligeramente “inflada” (porque les interesa decir que son cuántos más mejor para sus intenciones) pero tampoco es motivo suficiente para descreerla. Si damos por válida esta cifra, resulta que, en porcentajes, el 58 % de los kurdos están en Turquía, en Irán está el 20 % de ellos, un 12 % del total pertenecen a Irak, un 4,2 % a Siria y el restante 5,8 $ se encuentra repartido entre las ya cinco repúblicas ex-soviéticas antes citadas.
¿Y qué es Diyarbakir en este disuelto panorama?. Una tierra-baluarte de los kurdos desde el siglo X, mucho antes de ser islamizados, perteneciente en esa época a la familia de los marwanies (que por cierto también tuvieron presencia el el Algarve portugués y en Mérida y Badajoz en el siglo IX). Entre los más famosos antiguos hombres de ésta época siempre recuerdan los kurdos a un poeta ciego y escéptico que se llamó Abu Ala al-Maarri (una especie de Sófocles kurdo, de origen sirio y célebre por la audacia de sus ideas religiosas).
Los marwaníes kurdos fueron dueños de un país muy rico por su agricultura, sus minas y sus industrias y desempeñaron un papel de mecenas artísticos. En tiempos de los otomanos las tribus kurdas de los alrededores de Diyarbakir tenían gran importancia.
La ciudad, propiamento dicho, existe desde el año 890 a. C. y sus campos producen gran cantidad de trigo, paja, hierro, bronce y plata. De aquí partía, en la antiguedad, la “ruta del estaño” que se dirigía hacia el norte de Siria, el Eúfrates Medio y la Alta mesopotamia. Y también la “ruta del hierro” que llegaba hasta Damasco. Hoy existe en Diyarbakir un museo con hermosas estelas de piedra (especies de monolitos que “hablan” de sus pasadas glorias).
En cuanto a la realidad actual es una ciudad próspera pero muy hirviente. Hay mucha tensión ambiental en Diyarbakir y mucha vigilancia policial y militar, ya que en las calles más escondidas de esta metrópoli es donde se refugian los guerrilleros del PKK kurdo cuando no están en las montañas.
En una vivienda cercana a las viejas Murallas (que se erigieron entre los siglos XI y XIII) es donde vamos a descansar. Es el hogar de una joven pareja kurda (amistosos y pacíficos) que nos ofrecen un té con galletas y un poco de mermelada. En una de sus habitaciones, sobre colchonetas y con mantas (frazadas dicen en Ecuador) nos disponemos al profundo sueño. Desde la habitación vecina suenan los muelles de una cama. Nadie dice nada de lo que pueda estar pasando “al otro lado de la frontera”, Sólo Reynaldo murmura un Calila e Dimna somnoliento… pero yo ya no tengo fuerzas para pensar en Muqqaffá ni en alfono X el Sabio y los apólogos quedan flotando en mi vacío interior. “Ser prudentes y ceder ante la fuerza en caso de necesidad” (es un consejo moralista del Calila e Dimna que, aunque obra de carácter burgúes, también es muy popular). Y lo acepto vencido por el cansancio mientras Fausto baja las persianas. Un hilillo de luz de madrugada (son ya las 2 de la noche) penetra por entre las rendijas verdes. Todo el ambiente se me hace La Casa Verde de Vargas LLosa, con nuestras historias vitales paralelas, cada uno de nosotros con su código particular. Yo, por ejemplo, ahora estoy flotando entre las verdes praderas del vasco Zuloaga y la verde mirada de un lejano mar que me dice “Vuelve pronto a casa, papá”.