Istambul, 5 de octubre de 2005: Después de Mitanni…
Hemos salido a pasear por la pequeña bahía del Cuerno de Oro y hemos visitado tambiénlas preciosas mezquitas del sultán Ahmet y de Solimán (ésta última me ha impresionado bastante) así como la iglesia de Santa Sofía. Después, alguien ha propuesto ir a visitar el barrio típico de Vukudar y cuando nos iniciamos en un laberinto de calles llenas de bazares y lugares de tradiciones que evocan los tiempos del imperio otomano comienza a llover de forma copiosa y nos refugiamos, para calentarnos y tomar café, en una especie de bar que regenta un armenio llamado Karachivián. Pronto comienzo a pegar hebra con él a través de una chapurreada jerga en francés con la que intentamos entendernos ambos.
Karachivián es una especie de filósofo epìcureo y carnal y saca un vino turco que para él es delicioso pero a mí me sabe a alcachoja. El armenio está interesado en saber sobre las mujeres hispanas y latinas pero tiene ideas verdaderamente estrambóticas donde mezcla sensualismo desaforado con una especie de espiritualidad anacrónica demasiado elevada para mi comprensibilidad… así que, sin saber cómo, perdidos en nuestro laberíntico chapurreo francés, acabamos hablando del amor platónico y terminamos enrollándonos con “la cueva de Platón” y sus ideas.
Cuando la lluvia baja de intensidad decidimos hacer dos grupos. Unos quieren ir a la zona moderna de Beyoglu. Otros nos regresamos hacia el hotel que está situado muy cerca de la Universidad.
Hace calor en el hotel. Yo pienso que es un fugaz fundamento histórico estar en Istambul hablando con un holandés de temas esotéricos. A Alexander le encanta el esoterismo. Mientras escucho intento comprender qué tienen que ver las mujeres hispanas y latinas con la cueva de Platón y termino por deducir que debo volver a repasar el francés… así que anoto nuevas acotaciones sobre la secular historia kurda.
Los habitantes delKurdistán, aquellos descendientes de hurritas que se habían protegido en las montañas, valles y lagos de la región (en los Tauros y los Zagros) se mezclaron con los pobladores autóctonos y formaron clanes de pequeños contingentes de soldados y jinetes. Estaban relativamente aislados en grupos no superiores a los 2.000 o 3.000 guerreros con sus mujeres e hijos, pero en caso de peligro recobraban el sentido ancestral de pertenecer a una misma comunidad racial y se agrupaban para defenderla. Incluso tuvieron una especie de capital federal que variaba de lugar durante el tiempo. Los asirios tuvieron conciencia del peligro que representaba para ellos la coalición y fusión definitiva de todos los kurdos y siempre se empeñaron en tenerlos disgregados.
Después, entre los años 1800 y 1500 a. C., estos grupos kurdos de origen hurrita se desmembraron en múltiples tribus. Mas o menos confederadas, estas tribus tenían su centro natural alrededor del lago Van, de donde se extendían hacia el este y el oeste. Los asirios que tomaron contacto con ellos a partir del siglo XIV a. C. llamaron a esta comarca “el país de Nairi” y hacia el siglo XIII a. C. surge en esta región un nuevo núcleo que tuvo su propio imperio. Era Urartu. Un reino que vivió su esplendor entre los siglos IX y VII a. C. Muchos kurdos formaban parte del reino de Urartu (rival de los asirios) que terminó su gloria al ser devastado por las invasiones cimerias pasando a ser un protectorado asirio ocupado finalmente por los armenios.
¿Cómo vivían los kurdos entre los siglos IX y VII a. C.?. Eran famosos tanto por sus tejidos como por sus talleres metalúrgicos. Eran expertos herreros y orfebres herederos de las tradiciones mitanias hurritas. Sus principales recuros agrícolas eran, y siguen siendo en la actualidad, la cebada, la espelta, el centeno, las lentejas, el sésamo y el vino. Y siempre fomentaron el máximo aprovechamiento del suelo desbrozando la tierra; creando jardines, huerta y viñas; abriendo canales, albercas y, a veces, verdaderos lagos artificiales para irigar los campos y abastecer a las ciudades. Sus trabajos hidráulicos causaron la admiración de los asirios y han llegado hasta la época moderna.
Grandes ganaderos de bueyes, caballos, cabras, cerdos y carneros, los habitantes del Kurdistán se encerraban con todos sus bienes, cuando amenazaba el peligro de las invasiones extranjeras, en los inexpugnables refugios de sus montañas, dejando las llanuras desiertas temporalmente; así, cuando los invasores llegaban, encontraban las tierras vacías.
Los kurdos eran, y siguen siendo, excepcionales jinetes de caballería, pero se fueron dividiendo en diversos caudillajes y la población quedó sometida a una especie de feudalismo secular que siempre ha perjudicado enormemente sus sentido de unidad nacional. Durante muchos años tuvieron que pagar tributo a los asirios para poder gozar de una relativa tranquilidad.
Y la relativa tranquilidad del hotel se ve interrumpida por la llegada de un grupo de turistas que hablan inglés en voz alta y están reclamando algo. No sé de que va la discusión. Prefiero no entrar en detalles sobre la misma y dejo de transcribir mis notas históricas. Una joven pareja, que resultan ser pakistaníes, se sientan frente a mí. Él me pide algo pero yo no entiendo nada y comienza una frenética sucesión de gestos entre ellos y yo para hacernos entender. Ante la imposibilidad ellos me sonríen y yo me quedo con la mente en blanco, pensando en no sé qué momento de mi infancia. Termino por despedirme de ellos, me levanto y salgo a la puerta de la calle a encender un cigarrillo Belmont. El humo del cigarrillo eleva sus caprichosas formas hacia el cielo nublado de Istambul mientras los automóviles pasan levantando una ligera capa de agua entre sus ruedas. Escucho un lejano silbido humano y, por ilación de ideas, comienzo a pensar -mientras se consuma el cigarrillo- en el ya fallecido tío Cruz silbando a sus ovejas…
Impresionante, Pepe… Mi más sincera enhorabuena