Ankara, 6 de octubre de 2005
Los estridentes sonidos que lanza la sirena de un coche de la policía turca me despiertan del profundo sueño en que me quedé sumido. Mi amigo ecuatoriano lanza un !chucha! improperial. Miro el reloj. Son cerca de las 6 de la mañana. Hay un contraluz en el amiente donde las sombras se diluyen suavemente y nos avisan que bajemos a deayunar porque rápidamente vamos a partir hacia Ankara.
Mi reloj es un regalo de mi segunda hija, la pequeña Carla, que me entregó en el aeropuerto de Quito. Nos reunimos todos para desayunar. Yo pido un tazón de leche donde mezclo la granola Nilo que aún me queda de reserva en la mochila. Hay quien toma también granola de mi caja, pero Alexander prefiere su maíz y sonrío viéndole comer con tan voraz apetito porque recuerdo al simpático voremista Sandy cuando escribió, en uno de sus últimos textos, que se había teñido el pelo de rubio y parecía un macizo del maíz.
A las 7 está previsto salir. Aún tengo tiempo para llamar a casa. Tomo el celular y contacto con Liliana que se pone muy feliz al escuchar mi voz y me cuenta que nuestra primera hija, Leslie, acaba de matricularse para el segundo año de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Antes de acabar nuestra conversación me pide que me cuide mucho y nos envíamos un beso mutuamente. Suena la señal de partid y nos despedimos cordialmente del dueño del hotel.
Lo primero que hay que hacer, para salir de Istambul (en la zona europea turca) con destino a Ankara (en la zona turca asiática) es dirigirse hacia el puente que existe sobre el estrecho del Bósforo. El Bósforo, entre Europa y Asia, es el estrecho que comunica el mar de Mármara (el antiguo Propóntide de la cuenca del Mediterráneo) con el mar Negro (el antiguo Ponto Euxino de los romanos). Y el puente, al que llegamos en pocos minutos, enlaza a Istambul con Uskudar (ciudad a la que conocemos mejor por el nombre italianizado de Scutari). Este puente, según me indica Pierre, que es quien conduce el automóvil, tiene una longitud aproximada de 30 kilómetros. Yo viajo al lado del conductor y esto es una vieja tradición (la de viajar como copiloto) que me viene de la infancia, cuando toda la familia subíamos en el añorado “Manolito” (un Seat 1500 del que mi madre estaba enamoradísima) para recorrer, los domingos, pueblos serranos de la provincia de Madrid y Segovia.
Encendemos el aparato de radio pero se decide, por votación democrática, poner un casette de música rock (la otra gran pasión de Reynaldo además de la Fórmula 1 y las chicas). Y aprovecho los 30 kilómetros del puente para escribir mientras los compañeros de atrás charlan en baja voz porque aún tenemos todos sueño en las pupilas…
El Kurdistán antiguo fue ocupado desde el siglo VII a.C. hasta el siglo VII d.C. por un total de 5 imperios, en períodos más o menos prolongados. Primero fue el imperio Persa (desde el 550 a.C., cuando Ciro II derrotó a Astiages, hasta el 330 a.C., cuando las tropas de Alejandro Magno derrotaron a Darío III Codomano -que murió un año más tarde asesinado por uno de sus gobernadores de provincia sátrapa- en la batalla de Arbelas. De esta manera los kurdos quedaron bajo el dominio del Imperio Macedónico.
Tras este período fueron las legiones romanas de Trajano quienes invadieron el Kurdistán y se apoderaron de la región desde los años 114 y 116 de nuestra era. Después los kurdos sufrieron una breve existencia bajo el dominio de los armenios y luego el Kurdistán pasó a formar parte del Imperio Bizantino, desde el año 330 hasta el 642 en que llegaron las invasiones árabes a la zona.
¿Qué sucedió con los kurdos bajo estas dominaciones?. Que siguieron firmemente guardando sus tradiciones y aunque no pudieron formar su propia patria comenzó a aflorar un sentimiento étnico racial con la esperanza de ser algún día totalmente independientes y forjar sus propias señas de identidad.
¿A qué me suena ésto?. A la célebre novela del barcelonés Juan Goytisolo, uno de mis escritores favoritos, que con este título (Señas de identidad) la publicó en 1966. Este pensamiento me llega a la memoria en el mismo instante en que terminamos nuestra travesía por el puente y entramos en la ciudad de Scutari (Uskudar) con una pertinaz nablina y un cielo ¨panza de burra¨que comienza a soltar gruesas cotas. Pierre pone en funcionamiento los limpiaparabrisas y vuelvo a sonreír recordando al pequeño Volswagen rojo de Liliana, que se pasa más tiempo en los talleres que en la casa porque, entre otras cosas, siempre se le atasca la plumilla del parabrisas del lado del conductor cuando más la necesitamos.
Pasamos rápidamente Scutari porque tenemos muchas ganas de llegar cuanto antes a Ankara. Vemos ya a muchas mujeres vestidas de musulmanas y con el velo cubriendo su rostro. Y es que es necesario conocer que en Turquía (a pesar de estar entrando en la Comunidad Europea) casi el 98 % de su población es musulmana. Los cristianos son apenas un 1 % y hay un 0,2 % de judíos. Sin embargo, desde 1928 se utiliza el alfabeto latino en lugar del árabe.
Tenemos que estar muy atentos cuando lleguemos a Izmit (la antigua Nicomedia de los tiempos de Diocleciano que algunos confunden con Iznik que está situada a pocos kilómetros al SO de Izmit y es la antigua Nicea de los bizantinos). Tenemos que estar muy atentos porque pocos kilómetros más adelante llegamos a Adapazari donde la autopista se separa en dos rutas que ambas desembocan en Ankara pero una de ellas, la que atraviesa el Koroglu Dag, es más corta que la otra, que pasa por el Ulu Dag. Esto no lo sé de memoria sino que lo voy consultando con un mapa de carreteras que llevamos como guía.
Yo tengo la olbigación de ir dando estos y otros datos al conductor. Me siento algo así como el copiloto del gran campeón español de rallys, Carlos Sanz, a quien tuvo ocasión de conocer, y con quien tuve ocasión de hablar, cuando iniciaba su carrera automovilística y era todavía un perfecto desconocido para la mayoría de los aficionados a este deporte. Todo ello tras una prueba que se celebró en Avilés. Fue durante el inolvidable verano que pasé en Asturias con mi amigo Luis Líter y se celebraba una romería por la orilla del río Nalón.
Allí, mientras nos bañamos en este río, conocimos a dos chicas preciosas a las que invitamos a beber vino en bota y con las que estuvimos presenciando aquel rally. Después llegó el desastre cuando ya las habíamos convencido y nos fuimos a enseñarle nuestra tienda de campaña que estaba en el camping de Santander. Estaba todo tan destartalado y caótico (además de que había llovido mucho y las colchonetas flotaban en medio del agua y el barrizal) que con un despreciativo ademán se despidieron ipso facto de nosotros diciendo que se iban urgentmeente para Bilbao.
Eramos entonces dos pipiolos demasiado juveniles Luis y yo y no sabíamos todavía que a ciertas mujeres, cuando se han creído que somos ricos condes, hay que tratarlas como princesas. Por cierto… ¿qué habrá sido de mi querida amiga avilesina Emilia?…