Érase una vez hace 200 millones millones de años…
Dino estaba buscando a su bellísima Dina proque la amaba profundamente y la llevaba dentro de su corazón. Esto sucedió hace 200 millones de años antes de Jesucristo. El caso es que Dino se pasaba todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches enteras buscando a la bellísima Dina. En aquel entonces no existían los dioses del Olimpo para poderles pedir ayuda. ¿Tendré que esperar hasta el Séptimo Milenio antes de Jesucristo para encontrar a mi Dina soñada?, se preguntaba diariamente Dino.
Fue entonces, en un día de verano ardiente, cuando Dino levantó la cabeza hacia el Cielo y pensó en Dios.
– !Dios mío, por favor, haz que aparezca mi Dina soñada?.
Todo era silencio en aquel tiempo de hace 200 millones de años antes Jesucristo; pero Dios escuchó la petición de Dino.
– !Escucha Dino!. !Sabes bien que estás viviendo en el Triásico, el primer período de la Era Secundaria y que te quedan todavía 35 millones de años más de vida. ¿Por qué te apuras tanto en encontrar a tu bella amada Dina?.
– Es que todo lo demás no me importa, Señor de los Cielos.
– Está bien, está bien. Sabes que tienes enemigos a quienes derrotar para conseguirla. Son tres. Está el Triceratops. Está el Estegosaurio. Y está, sobre todo, el tiránico Tiranosaurio que es el que más envidia y odio te tiene de los tres.
– !Sabes, Señor de los Cielos, que no tengo miedo de ninguno de ellos!. !Sabes que los puedo derrotar uno por uno o incluso a los tres juntos!. ¿Si venzo en el combate me prometes que aparecerá mi bellísima amada Dina?
– Te lo prometo, Dino. Y sabes que yo siempre cumplo mi promesa. Yo sólo te pido que tengas Fe en mí porque yo tengo toda mi confianza depositada en ti. Sé que eres mucho más valiente y mucho más inteligente que los tres juntos. !Verás qué fácilmente los derrotas!. Pero no emplees nunca la fuerza bruta como ellos, porque eso sólo es de impotentes perdedores. Sólo te pido que escribas versos en la corteza del Baobab del Paraíso Tropical.
Y Dino comenzó a pensar. Todavía no existía el papel, ni los pergaminos, ni tan siquiera los ladrillos de arcilla. ¿Cómo poder escribir versos en la corteza de aquel baobab?.
– Escucha, Dino. No es necesario que escribas ninguna oda, ni ningún soneto, ni tan siquiera un poema. Sólo te pido que escribas tres sencilos haikus en menos de un par de minutos, que hablen del amor de ti por ella. Tres sencillos haikus espontáneos nada más pero que se ajusten a la métrica 5-7-5. Sé que eres mucho más valiente y mucho más inteligente que los tres juntos. Sólo esribe versos y no utilices tu fuerza física que es sólo fuerza bruta. ¿De acuerdo, Dino?.
– Sí, Señor de los Cielos.
– Llámame, por favor, Dios.
– En ti confío, Dios mío.
– !Eso es!. Y ahora pon manos a la obra y ahora encuentra el Baobab del Paraíso Tropical.
– ¿Dónde puedo encontrar el Baobab del Paraíso Tropical, Dios mío?.
– Búscalo en África, Dino, búscalo en África, con la condición de que nunca mires hacia atrás, pues en ese caso te convertirías en un Dinosaurio de Sal.
Dino comenzó a razonar inteligentemente. Si Dios había dicho Paraíso Tropical era porque el Baobab se encontraba entre el Trópico de Cáncer y el Trópìco de Capricornio. Y, razonadamente, como Dios es justo, debería estar justo en el centro de la distancia de ambos Trópicos. Como era un árbol, cabía la posibilidad de que estuviese muy cerca del agua. Entonces decidió caminar por las playas naturales del Océano Atlántico Africano. Estaba seguro de que no se equivocaba.
Y se puso a caminar sin desmayo y sin mirar para atrás. Solamente con la vista puesta en su objetivo. Lo demás, como bien dijo a Dios, no le interesaba para nada.
Pasó por Namibia. Pasó por Senegal. Pasó por Gambia. Pasó por Guinea Bissau. Pasó por Guinea. Pasó por Sierra Leona. Pasó por Liberia. Pasó por Costa de Marfil. Pasó por Ghana. Pasó por Togo. Pasó por Benín. Pasó por Nigeria. Pasó por Camerún. Pasó por Guinea Ecuatorial. Siempre con la Fe puesta en la Promesa de Dios y siempre hacia adelante por las playas africanas del Océano Atlántico.
Hasta que llegó una clara mañana. Dino ya estaba muy cansado de tanta búsqueda y se refrescó en el estuario del río Gabón. De nuevo fresco y dispuesto a conseguir su Gran Sueño, sin importarle la envidia de Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo la envidia y odio del tirano Tiranosaurio, siguió caminando hacia adelante !y encontró la Ciudad Libre!.
– Dios mío. ¿Es esta la Ciudad Libre donde se encuentra el Baobab del Paraíso Tropical?.
– !Eso es, Dino!. !Tu libertad te ha guiado hasta la Ciudad Libre!. !No olvides nunca tu libertad, Dino, y busca ahora el Baobab!. !Sólo tienes que entrar en la Ciudad Libre y no mirar para nada hacia atrás ni hacer caso a ninguno de tus tres enemigos!. !Tú puedes hacerlo!.
Efectivamente, Dino entró en la Ciudad Libre donde estaban acechándole los envidiosos Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo, el tirano Tiranosaurio. Dino sabía que le estaban observando pero no hizo caso a ninguno de ellos. Absolutamente a ninguno de ellos. Sólo le importaba únicamente seguir adelante sin mirar para atrás y encontrar a su Gran Sueño que era la bellísima Dina a la que llevaba dentro de su corazón.
Entró a la Ciudad Libre y, siguiendo la orilla izquierda del río Gabón, muy pronto encontró al gran Baobab del Paraíso Tropical. Era enorme. Tenía 10 metros de altura y una anchura de 23 metros. !Extensa superficie más que suficiente como para escribir, en menos de dos minutos, tres sencillos haikus amorosos. !Dios había sido generoso con él, por su fidelidad, su valentía y su fe!.
Ahora comenzó a razonar en cómo podría conseguir algún elemento de la Naturaleza con la que escribir los tres haikus en el tronco del Baobab del Paraíso Tropical. Muy pronto encontró una respuesta. Tomó un trozo de piedra de arcilla roja y una piedra cóncava de pedernal donde poder machacarla hasta convertirla en un fino polvillo. Tenía que añadir algo más para hacer posible su uso como escritura. Se le ocurrió echar un poco de agua del río Gabón y la mezcla ya resultó suficiente como para poder ser aplicada como escritura.
Los envidiosos Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo, el tirano Tiranosaurio, no salían de su asombro. Sólo estaban esperando, con maldad infinita, que fracasase a la hora de inventar tres sencillos haikus de amor en menos de dos minutos. Pero Dios seguía observando y confiando plenamente en que Dino lo conseguiría. Si era aí, cumpliría con su Promesa.
Así que Dino no perdió el tiempo en las tonterías que deían sus tres enemigos. Hizo oídos sordos a palabras necias y comenzó a escribir con aquella masa de pintura.
Corazón rojo
baobab de mi sueños
yo te recojo.
Amor de niña
tú siempre estarás ya
en mi campiña.
Yo ya te tengo
en mi corazón dentro
y te mantengo.
– !!Lo has conseguido!! -gritó Dios desde el Cielo.
– !Sí!. !!Lo he conseguido!!.
Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo, el tirano Tiranosaurio, fueron barridos de la faz de la tierra por un espontáneo tifón tropical. Una vez desaparecidos los tres enemigos de Dino… !apareció la hermosa y bellísima Dina!.
Y, en medio de aquella mañana veraniega, Dino y Dina se dieron un beso inmortal.