– Tiene usted la misma voz… -preguntó, inquieta, Laura.
– Pero ya ves que soy distinto… -respondió él.
– ¿De verdad no es usted la misma persona?. ¿Me puede usted jurar que no es la misma persona?.
– Yo nunca juro pero te prometo que no soy el mismo. Escucha. Hace ya algún tiempo, en una primavera en que la vida brotaba a borbotones, en la plazoleta de un bello pueblo, la sangre de un inofensivo gorrioncillo, muerto por el capricho de la vanidad solamente…
– Me está usted dando miedo… ¿de verdad que es un cuento?.
– Es un cuento de verdad. ¿No sabes que hay cuentos de verdad que son, en realidad, verdades?.
– Pues parece una mentira…
– Porque no lo has escuchado todavía. ¿Quieres que siga?…
– Sí. Parece interesante.
– La sangre del inofensivo gorrioncillo se transformó en fuente de agua clara donde todas las tardes acudían las palomas a saciar su sed. Y allí, en medio de las palomas, acudían los nueve personajes de siempre: Carlos, tan delgado como cuando sólo tenia quince años de edad; Pascual, con su botella de leche que le había recomendado el nutricionista; Andrea, tan inocente e inofensiva que parecía una sencilla ardilla nada más pero con forma de mujer; Ramón tan hablador que nunca paraba de darle a la lengua; Jorge con su patineta porque no había llegado todavía a la edad de la madurez; Ángela siempre risueña; el anciano Valsaín rodeado de todos ellos…
– ¿Y qué hacían todos allí reunidos?.
– Espera, Laura, todavía quedan tres personajes más: María, con su sonrisa siempre bajo la luz del sol; Manolo, que soñaba con ser el mejor arquitecto del barrio y Nieves con su sempiterna cajita de música que, todos los días, sentándose en el banco de la pequeña plazoleta abría para escucharla.
– Parece interesante. Lo que todavía no sé es para qué iban allí esos nueve personajes.
– Los nueves personajes acudían a la pequeña plazoleta cuando aparecían todas las palomas y, en medio de ellas, surgía la figura de una gorrioncilla a la que todos daban de comer migas de sus propios bocadillos.
– ¿Era la viuda del gorrioncillo muerto?.
– Sí. Era ella. Por eso todos la amaban tanto… hasta que…
– ¿De verdad no es usted el mismo?. Tiene la misma voz…
– De verdad que soy diferente. Y si te dieses cuenta no es la misma voz… pero espera… no me entretengas mas… que tengo que acabar el cuento…
– Bien. De acuerdo. Ahora estoy segura de que no es usted el mismo.
– Hasta que una tarde bajó un ángel del cielo y se llevó a la gorrioncilla. Todos lo vieron. Todos vieron como el ángel se transformó en gorrión y los dos volaron más alto que las nubes y se marcharon a la Gran Ciudad. Y allí el gorrión volvió a ser gorrión y la gorriocita se convirtió en su ángel…
– No lo entiendo. Primero el ángel se convierte en gorrión y después la gorrioncilla se convirtió en ángel… no lo entiendo…
– Es que no te has dado cuenta de algo muy importante…
– ¿Qué cosa se me ha olvidado?.
– Soñar.
– ¿Soñar?.
– Si. Soñar que el gorrión y su gorrioncilla son la misma cosa. Por eso a veces bajan a beber juntos agua a la fuente y a veces juntos se elevan más alto que las nubes convirtiéndose en ángeles de Dios. Y así todos los días… Laura… así todos los días…
– Es cierto. No es la misma voz. No tiene usted la misma voz. Son distintas. Bien distintas.
– También son distintas todas las personas hasta que encuentran a quien las ama de tal manera que se hacen una sola cosa. Eso es lo que pasó cuando Dios le devolvió la vida al gorrión y transformó un ángel suyo en gorrioncilla. ¿Comprendes mejor ahora?.
– Sí. Son metáforas o figuras literarias…
– ¿Y tú crees que las metáforas y las figuras literarias son falsas o verdaderas?.
– Explicándolas como las explica usted sí que son verdaderas.
El viejo profesor se perdió entre la arboleda.
Es fantasioso y mágico tu texto. Te engancha además