Hemos alcazado el clímax de la paranoia. Cualquier acontecimiento no supone un pequeño mal, sino una catástrofe que terminará por alcanzarnos a todos. ¿Qué será el día en el que salten por el aire miles de cohetes engañados? La crispación política en España ahoga las posibilidades de encontrar soluciones y apoyos. Seguimos de cerca la línea del vivir día a día, y un inmenso “los lunes al sol”. Da vértigo el desprecio con el que se va encajando el puzzle chino de la invasión africana y duele el que una hermosa primavera comience a oler a Grecia entre estiercol y humaredas. Ayer, cuando tratábamos de hablar de los valores del hombre, de la humanidad, del sentido de la vida…

se ha quedado convertido en un manojod e acciones para la bolsa quebrante, para el parqut ridículo, para el comentario televisivo del bajonazo de puntos, día a día. Seguimos comiendo. Seguimos mirando escaparates. Seguimos atravesando los jardines del orgullo de miles de alcaldías, mangantes de guante blanco. Para quienes cualquier comentario suena a “lo de siempre”, advertiría de las graves consecuencias de ignorar lo más sensato: el darse un poquito de cuenta de que lo estamos empezando a pasar mal.