Donde las dan las toman.

Conocí la Academia Jorge Juan de Madrid en sus dos versiones: la de Jorge Juan propiamente dicho y la de Caballero de Gracia. La de Jorge Juan propiamente dicha no tuvo ningún significado importante para mí. Yo no estaba entonces dentro del cupo de los aspirantes a oficial de primera ni a oficial de segunda ni a ningún otro tipo de oficial. Así que, sin apenas entender qué hacía yo alli salvo descubrir que Encarnita se había enamorado de verdad y de que la chavala del Edificio de Serrano me defendía a capa y espada, no dije nada. Guardé silencio. Pero no era Luis L. sino Luis D. el amor de la vida de Encarnita y la chavala del Edificio de Serrano me daba un lugar junto al autobús de las imaginaciones. Entre el 42 y Tofts dejé mis huellas sobre las aceras, sin más recuerdos que alguna que otra sensación de que Madrid era mucho más amplio. Así que busqué otros horizontes urbanos…

Fue en la Academia Jorge Juan de Caballero de Gracia donde sí viví y tuve significados más reseñables. El asunto se resume a un par de redacciones literarias nada más. El resto de aquella enseñanza bancaria seguía sin importarme en absoluto; principalmente porque no entendía nada de aquella jerigonza. Yo acudía, tarde tras tarde, para cumplir un compromiso: mis verdaderos y originales estilos literarios que tanto molestaron a Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!. Lo explico. Pelegrí se creía un elegido de la enseñanza bancaria, pero era más incomprensible y más inaguantable que descifrar todo el Código Civil de los visigodos. Así que llegó una tarde en que nos pidió, a todos y a todas, escribir una redacción literaria. Había llegado el momento de demostrarles a todos y a todas que yo estaba allí, en la Jorge Juan de Caballero de Gracia, para algo más que escuchar explicaciones ininteligibles, embrolladas, carentes de cualquier atractivo educativo. Yo estaba pensando en mis aventuras y había descubierto un filón de enormes dimensiones en la Oficina Principal del Banco Hispano Americano de Madrid. Y me motivé…

El resultado fue un increíble y meriotorio relato. Resultaba que se trataba de demostrar cómo se puede redactar, con estilo artístico, una fiesta de pueblo con historia de amor incluída. Eché todo el resto de mi experiencia anterior y conseguí un cuento realmente sobresaliente. Yo diría que maravilloso en aquel mundo gris de las tardes plomizas. Aquello no lo podía comprender ni entender el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… ni mucho menos admitirlo. Era demasiado orgulloso para ello pues, como era natural en aquel entonces, formaba parte de la Unión Gremial Tomatera (UGT) y no podía asumir que un autónomo independiente supiera redactar mejor que todos ellos juntos. En aquel cuento había mucho “tomate” y la envidia hizo que el tomate se le subiera a la cara al Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… quien, en medio de lo atónito de aquella interpretación propia que tenía mi redaccción (la envidia siempre carcome a los envidiosos), vino a decirme que yo no había sido el autor de aquella maravilla liberadora.

Dijo que yo lo había copiado de algún otro autor pero no existía otro autor nada más que yo mismo. Resultaba una historia completa: un amor que se desarrolla durante una fiesta popular, un ambiente festivalero expresado con notas de grandes descripciones físicas y psicológicas, unos sentimientos en medio de la feria. Una verbena con banda de músicos inclusive. No. Aquello no podía soportarlo el orgullo del envidioso Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!.. y no se le ocurrió otra cosa (la envidia siempre carcome al envidioso) que afirmar que yo había copiado aquella narración. Y es que los ignorantes olvidan siempre que yo ya las escribía desde mis 7 años de edad. ¿Sería que sentía envidia o sería porque allí estaba Julita? Si el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… me estaba provocando para que yo me pusiera nervioso y me enzarzara con él delante de Julita, se equivocó el palomo. Guardé silencio ante aquella provocación. Pero me prometí a mí mismo tomar mi revancha. No merecía la pena tomar venganza pero era justo tomarme la revancha. Si el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… pensaba que yo me iba a poner nervioso y a discutir mi autoría delante de Julita erró el disparo. Me mantuve incólume. Ya llegaría la ocasión de hacerle morder el polvo. Yo tranquilo como siempre. Pelegrí más nervioso que un cordero sabiendo que está a punto de ser degollado.

Y la ocasión llegó unas pocas tardes después. Por aquellos tiempos estaba de moda hablar del petróleo y de los países de la OPEP. ¡Era el momento idóneo para sacar de sus casillas a Pelegrí… grí… gri… ¡grillado!… cuando cometió el error de volver a la carga contra mí! Nos pidió a todos y todas que escribiéramos una redaccción sobre el petróleo. Yo seguía manteniendo silencio y estaba tan tranquilo como siempre. ¡Había llegado el momento de la revancha! Recuerdo que el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… se había quedado y guardado mi excelente y magnífico cuento sobre la feria del amor. Todo aquello de la fiesta de pueblo. Así que recordé lo que siempre decía mi abuela Rufina y pensé: “¡Este menda debe ser el Tonto de Las Habas!”. Ahora me tocaba a mí intentar sacarle de sus casillas delante de Julita y, además, también andaba por allí Almudena. ¡Así que mi golpe tendría el doble de potencia! El duelo consistía en saber quién era el salido. Guerra de nervios. Yo tranquilo y en silencio. Él jactándose de lo que creía que era su superioridad pero ocultando que ya le había vencido la primera vez. Entonces fue cuando escribí un redacción mil por mil burlesca. Me burlé, con plena conciencia de lo que escribía, del petróleo y de todo el mundo podrido que rodeaba al petróleo. Permití que lo leyera “El Cojitranco” que jugaba al tenis quien, sin permiso dado por mi parte, se lo entregó al Pelegrí… gri… grí… ¡grillado!… ¡Todos los de la Unión Gremial Tomatera habían caído en su propia trampa!

En la tarde siguiente apareció el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… más salido que nunca. Gritaba, se desesperaba, lanzaba improperios impropios de toda clase de una manera irracional, sin querer escuchar razones, y en medio de su locura -perdida toda su compostura de creerse un ser superior- afirmaba que aquella graciosa redacción burlesca escrita por mí en pleno estado de lucidez mental y con total conciencia de lo que escribía (cosa que no podía comprender, ni entender, ni mucho menos admitir el orgullo del envidioso Pelegrí) era obra de un loco. Sería, quizás, porque por allí estaban Julita y Almudena, dos de las más interesantes de las varias interesantes que había en la Oficina Principal del Banco Hispano Americano de Madrid, pero no caí, tampoco esta vez, en su provocación. Mantuve el silencio y la calma. ¡Había conseguido una doble victoria! Si el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!… estaba esperando que yo perdiera los nervios, tal como los había perdido completamente él, se volvió a equivocar el palomo… porque mi serenidad había conseguido una doble victoria (por Julita y por Almudena): la perfección de un cuento sobre una historia de amor en una fiesta y feria de pueblo y la perfección de un relato burlesco (mil por mil burlesco) contra el petróleo y el putrefacto mundo que rodea al petróleo. A todos los tomateros de la Academia Jorge Juan de Caballero de Gracia les había salido el tiro por la culata. Todavía sonrìo recordando lo que pensaba yo en aquellos momentos de confusión mental del Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!: “¡Jódete patrón, saca pan y vino, chorizo y jamòn, y el porrón!”.

Como ya no me interesaba, para nada en absoluto, seguir acudiendo a la Academia Jorge Juan de Caballero de Gracia puesto que, a pesar de que por allí estaban Julita y Almudena, yo me mantenía firme y sano en seguir soñando con conocer a mi verdadera Princesa, cogí mis aparejos de pescar tomates (los de la Unión Gremial Tomatera -UGT- como el Pelegrí… grí… grí… ¡grillado!; el Sestafe del pelucón blanco; el neurótico Villegas lanzador de cepillos de borrar la pizarra contra las cabezas de los/las inocentes que tenían que escuchar sus gritos de loco exaltado y hasta el “Cojitranco” del tenis que había entregado la redacción sin mi permiso y que era tan tomatero como los demás) y me marché cantando lo de “si encuentras un amor que te comprenda y piensas que es el hombre de tu vida, entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando muera la tarde”.

Había conseguido una doble victoria (por Julita y por Almudena) y, varios días después, lo celebré conmigo mismo en la discoteca Paddington mientras seguía mi camino en busca de mi verdadera Princesa. En Ella fue en la única que yo pensé mientras escuchaba la música del local y una sonrisa me llenaba el rostro siempre feliz. Donde las dan las toman musité para mis adentros. Y una guapìsima chavala de Paddington se me quedó mirando.

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