El barril del Capitán Langsdorf

En el Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires, Argentina, subiendo al segundo piso y tras caminar a la sala de exhibiciones número tres, existe, dentro de una vitrina cuidadosamente apartada y sobre un soporte de aproximadamente un metro veinte de altura, un tonel. Solamente una luz descarnada lo ilumina y una exangüe placa mal colocada que alguna vez fue brillante y ahora es por poco indescifrable reza: “El barril del Capitán Langsdorf – Buenos Aires, 1939”.
Casi nadie se siente atraído a observarle en la visita, y no es algo reprochable: se ofrecen apasionadas y exquisitas colecciones de piezas óseas pertenecientes a las criaturas más increíbles, están a la vista variadísimas especies disecadas y detalladamente expuestas en una vitrina concienzudamente decorada como el hábitat natural de sus huéspedes eternos, mientras que otras presionan inútilmente la prisión de cristal que las sumerge en formol, permitiendo que tantos interesados vean colmadas sus expectativas de apreciación natural;

habitan especímenes vivos deliciosos e inclusive fósiles de criaturas olvidadas hace ya mucho tiempo, rescatados de las fauces terrenales por manos cuidadosas y expertas que han puesto su mayor dedicación en la tarea. Entonces, frente a tan encumbrado espectáculo, ¿Quién se detendría más que un segundo frente a la vitrina olvidada que solamente ofrece un triste y viejo barril arruinado, sin siquiera una inscripción que advierta sobre un origen patricio y su valor histórico?. La mayor parte de los asistentes, incluso, creen que se trata de un escaparate en preparación, y nada más.
Sin embargo, son muy pocos quienes conocen el contenido de ese insulso tonel que nada tiene que hacer, en apariencia, en un museo de Ciencias Naturales. Dentro de aquella residencia de madera y clavos, de costado y apretadamente doblada sobre sus rodillas, con la cabeza hipnotizante reposando sobre unas manos delicadísimas, los ojos plácidamente cerrados y la piel impoluta, yace el cuerpo sin vida de una joven que al momento de abandonar este mundo no debía contar más que 20 años. Pero lo verdaderamente fantástico de semejante tesoro es que no se trata de una momia, ya sea natural o artificial. Tampoco ha sido sometida a ningún tipo de conservación particular, y ni siquiera tiene correctamente refrigerada su miserable morada. No existe asimismo, y en tanto pueda verse evitando moverla de su posición, ninguna cicatriz que permita suponer que fue eviscerada o ,al menos, desangrada. Su recepción ocurrió en la fecha que se indica al pie de la vitrina y los médicos especialistas que la tuvieron entre manos en aquel momento no consiguieron explicar por medio de sus ciencias cómo era que se había conservado de semejante manera. Intentaron después lograr un consenso interno acerca de si convenía retirarla del barril para determinar fehacientemente su causa de muerte o cualquier otro dato de interés, o era mejor dejarla allí, inmaculada, para evitar que alguna característica desconocida de aquel tonel dejara de obrar sobre ella. Finalmente, permaneció imperturbada. Intentaron luego, en un principio, exponerla, pero un elemento de tal catadura hubiera escandalizado a la sociedad de la época y decidieron definitivamente mandarla al reposo eterno en algún sitio apartado y, sobre todo, colocar el tonel en posición tal que no pudiera verse su contenido. Y asi se hizo.
Acerca del origen de tan inconcebible ejemplar, me queda decir que es todavía más increíble que el barril en cuestión: llegó al Museo en manos de un empleado del Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, el 19 de diciembre de 1939. Allí, había sido encontrado por el gerente en la habitación del Capitán de Navío Hans Langsdorf, junto al suicidado cuerpo del marino alemán, quien había abrazado desesperadamente el tonel con su izquierda mientras se gatillaba con la diestra. Es muy posible que esta reliquia haya llegado en las manos del execrado militar germano y un análisis a la bitácora personal -no la de a bordo- que él llevaba (y retiró del Graf Spee antes de hundirlo) corrobora el hecho, y no solo eso, sino que permite obtener una excitante y valiosa información concerniente el origen del barril, que llega incluso a volverse ominosa e inusitadamente perturbante a medida que las páginas del diario corren: Langsdorf menciona en esta libretilla pobremente llevada, junto con sus propias percepciones y pensamientos, el resultado privado de cada una de sus actuaciones como corsario, esto es, deja una detallada cuenta de los saqueos que realiza a los barcos capturados, pero no aquellos que se medían en toneladas y eran los que interesaban a Berlín, sino los pequeños pero muy valiosos objetos que él mismo o sus oficiales se reservan para sí. Asienta, por ejemplo, el pillaje de “dos relojes de bolsillo marca Jüngels, un compás cuya rosa de los vientos parece ser de plata, 3 botellas de whisky fino y un catalejo rematado con marfil, obtenidos del Clement“; más adelante detalla haber sustraído “un pistolón antiguo y poca cosa más del Ashley“, para comentar luego haberse alzado con “5 navajas marineras de colección, 1 solitario empacado como un obsequio en la habitación del capitan, 11 prendedores de oro en forma de flor, todo tomado del Doric Star“. Sin embargo, hace luego una pequeña acotación en la misma página, mediante la cual agrega textualmente: “También trajimos a bordo un barril increíblemente sellado que dormía en la bodega. Fue imposible abrirlo por ahora. Los prisioneros en el Altmark aseguran haberlo izado al Doric Star luego de haberle visto flotando en mar abierto, cerca de El Cabo. Dicen desconocer su contenido. “.

Transcurren unos 3 días hasta que vuelve a registrar en su diario privado algún acontecimiento, y esta entrada, fechada el 3 de diciembre de 1939, refleja ya directamente lo que nos ocupa:

Hoy mismo he conseguido abrir por mí mismo el barril, que guardaba en mi camarote, mientras el resto de los hombres comían. El contenido de él es más de lo que puedo, con el vocabulario que poseo, calificar. Duerme dentro del tonel, enroscada como una serpiente, el cuerpo de una mujer joven y hermosa. Me tomó cerca de una hora, encerrado, asegurarme de que estaba realmente muerta. Como sea, se encuentra fantásticamente conservada, y solo espero regresar a Wilhelmshaven para hacerla examinar por los médicos de la Kriegsmarine cuanto antes. Puedo decir, además, que tiene una belleza asfixiante. No me atreví a tocarla o retirarla del tonel, por temor a dañarla y volverla inútil para cualquier tipo de examen, pero estoy en condiciones de asegurar que tiene unos rasgos impresionantes. Su fisonomía general parece europea, su piel es obscenamente pálida y la cabellera oscura, sedosa y larga. Está apenas envuelta en algo que habrá intentado ser una mortaja y, a juzgar por la ausencia absoluta de heridas evidentes, considero que habrá muerto víctima de alguna enfermedad. Su conservación, en tanto, me resulta completamente inexplicable.
Por algún motivo incomprensible, he tomado la decisión de mantener este hallazgo en el más profundo secreto, incluso para la oficialidad. . . . .

A partir de esta declaración, el contenido de la bitácora personal se torna vertiginosamente inquietante. Con el correr de las anotaciones los repetitivos comentarios y alusiones al tonel ganan un lugar inesperado. En seguida comienza a referirse al barril y su contenido, primero con cierto tono jocoso y luego dramáticamente serio, como “mi Consorte”, y se abandona a descripciones apasionadas, que acaban por recaer en lo obsesivo y enfermizo:

Creo que he faltado grandemente a la verdad y a mi propio honor. Lo que habré llamado torpemente belleza es, en cambio, la más absoluta y galopante perfección posible en un ser humano. Me resulta torturante y desesperante que una Dama de tal hermosura haya bajado a los abismos de la muerte sin que ninguna mano pudiera arrancarla de la garra infame; sin embargo, comprendo que Dios o el diablo la han perdonado, y dejado conservar su estampa inmaculada más allá de las violaciones que la tumba impone a todos por igual. Hoy, logré reunir el valor suficiente para introducir mi mano por la boca del barril y acariciarla. Un respingo más terrible que el experimentado en el campo de combate más desolado me recorrió. Su piel es de terciopelo, y ni siquiera en el tacto profundo o la presión se advierte alguna rigidez o al menos resequedad. No pude evitar abandonarme cerca de 30 minutos a frotar su cuerpo exacerbante, presa de un éxtasis doloroso.
He dispuesto, además, horas en las que no deseo que se me moleste, pasada la cena, y las ocupo en observarla. Juro que este sencillo acto de estimulación visual es más satisfactorio que cualquier otro existente en el mundo que conozco, y me proporciona mucha más compañía que cualquier otra persona.

Declara después, repentinamente y sin ningún tipo de explicación previa, sucesos que se encuadran dentro de lo patológico y que pueden atribuirse igualmente a los trastornos de la soledad extrema en el mar como a hechos taumatúrgicos:

Esta mañana he conversado un rato con mi Consorte, especialmente sobre el peligro que atravesaríamos si fuéramos alcanzados por as escuadras británicas antes del regreso a Alemania. Pero llegamos a la conclusión de que acabarán por confluir en la zona del último ataque, y es muy factible que nos encontremos a salvo e, incluso, coronando nuestro objetivo, si navegamos hacia América del Sur.

Existe aquí un espacio vacío de considerable amplitud donde los pliegos, sin fecha ni orden, se encuentran plagados de garabateos y palabras inconexas, especialmente “Consorte”. La siguiente entrada completa corresponde a 14 de diciembre:

En la mañana de ayer el alarido del vigía nos estorbó a mi Consorte y a mí mientras conversábamos. Una hora más tarde el Comandante golpeó a mi puerta y me informó de la posible presencia de 3 navíos artillados británicos. Después de observar en persona, me encerré y calmé a mi Consorte lo más que pude.
Aquella visión preliminar me convenció falsamente de que eran 2 cruceros ligeros escoltando un convoy mercante. Demasiado tarde noté el error y ordené de inmediato la máxima potencia de las máquinas diesel para reducir al menos a 24 nudos la distancia con la escuadra inglesa, que resultaban ser 2 cruceros ligeros y uno pesado, en la esperanza de que sus propulsores demoraran más en alcanzar el punto de máximo trabajo. Cuando estábamos a 19. 000 yardas, dispuse la apertura de fuego y existió un intercambio pesado de disparos por al menos dos horas. Sin embargo, a pesar a haber alcanzado repetidamente objetivos enemigos, fallé ampliamente en la correcta administración de las descargas y fuimos perseguidos durante 12 horas hasta que finalmente tomé la decisión de entrar en aguas territoriales uruguayas, llegando al puerto de Montevideo a las 10:00 horas de hoy. Perdimos 36 hombres.
“.

Continúa el diario el 19 de diciembre:

Los hechos se han desarrollado fatalmente mal. El Graf Spee ha sido hundido por mi propia orden para salvar a mi Consorte. De haber intentado salir a mar abierto con los acontecimientos dados, hubiéramos sido irremediablemente hundidos. No temí por mí, ni por los marinos, sino por ella. De ninguna manera podía arriesgarla. Los hombres y yo estamos en Buenos Aires, Argentina. Y mi Consorte, también. Con ella he tomado la decisión de que esto no puede seguir de tal manera, la agitación de estos días pudo terminar con ella y peor aún, mis hombres sospecharon fuertemente cuando hice bajar del navío el barril sellado. Desconozco el destino que podría esperarme cuando el Alto Mando tome conocimiento de la decisión que tomada, pero tengo otro planeado junto a ella. Partiremos juntos, esta noche, una vez que yo me haya desembarazado de la responsabilidad que tengo y cortado las cuerdas que me tienen sujeto a este mundo infame. No albergo la más mínima duda de que alcanzaremos una felicidad impecable y nunca nos separaremos“.

Estas líneas son las últimas. Ese mismo día, el Capitán de Navío Hans Langsdorf se disparó en la cabeza, y el destino del barril ya ha sido relatado.
Al día de hoy, prácticamente nadie le presta mayor atención a ese tonel. Pero yo, por razones de mi profesión, he sido invitado por cierto Doctor con acceso a las reliquias del Museo a observar el objeto (permítanme esta incongruencia sintáctica, puesto que no se como más llamarla) en cuestión el cual, me confesó después, era una espina aguijoneada en medio de su curiosidad. En un primer momento, a pesar de que he visto cadáveres en diversos estadios de descomposición innumerables veces, una incomodidad inexplicable me molestó, e impidió que la escudriñara como debía. Luego, me daría cuenta de que esta impresión sin fundamento se debía a que no existía en ella absolutamente ningún indicador de la muerte, más allá de la ausencia de respiración. Lucía suave y fresca, con el pelo sedoso. Ni el más mínimo rastro de disecación o cualquier otro proceso conocido por el cual puede obrarse un detenimiento tan completo sobre el normal decaimiento de los cuerpos. De aquella examinación científica traje conmigo, solamente, curiosidad e inquietud, puesto que nada más pude explicar sobre ella, y mucho menos en la imposibilidad de practicarle exámenes necesarios para tal fin, aunque tampoco insistí en lo más mínimo para hacerlo y es menester que confiese que me sentí ligeramente aliviado cuando estuve fuera de esa sala que olía a formol.
Mi caracter, sin embargo, es muy particular e impredecible. Cuando una idea se ha fijado en mi mente, ya no puedo detenerme hasta que no la he solucionado. Una fascinación de muerte se adueñó de mí esa misma noche, mientras un mar pleno y burbujeante de recuerdos mezclados del barril me invadía la memoria e impedía mi descanso, acabando en una tergiversación completa de las percepciones experimentadas durante el día. Se irguió delante mío como una auténtica reliquia, invalorable en todos sus aspectos, que era merecedora de la más profunda reverencia, y también de las averiguaciones más meticulosas, con tal de traer a la luz su misterio.
Aherrojado por esa curiosidad malsana es que llevé adelante profundísimas investigaciones y, tengo que confesar, no me he podido resistir a visitarla casi diariamente, al punto tal de despertar la incomodidad de mi anfitrión en el Museo, quien no puede, evidentemente, comprender el estrecho vínculo que formé con la Consorte (déjenme que la llame de este modo, no es por nada en particular, pero se trata de la única denominación que le conozco más allá del desacertado término “objeto”).
Por fin alcancé el hallazgo de la bitácora privada de Langsdorf y todo su invalorable y fatal contenido, tal como lo expuse; pero sin embargo, no lo creo en su totalidad. Ella jamás hubiera abandonado a su salvador, y mucho menos separádose de él y llevádole a la muerte, nunca lo hubiera abandonado; es totalmente incapaz de ejercer acto alguno que violente su condición pulcrísima, y pongo en esta declaración un juramento delante de mi profesión y nombre.
Pero sí debo coincidir con el Capitán en varios puntos: es delirantemente hermosa, y tiene una piel más suave que las suaves. Él, en cambio, nunca habló de su voz: es la más majestuosa melodía imaginable, un canto de ángeles y sirenas en la tierra, que acuna de noche y acaricia de día, llevándonos a ún éxtasis inimaginable, se trata de una música inalcanzable, del lamento de un ser de otro mundo. Tomé ayer mismo la decisión de no separarme de ella jamás, me sería imposible intentar hacerlo, puesto que se ha convertido en parte indispensable de mi vida. ¿Cómo imaginar la existencia sin su compañía cada tarde, su canto celestial y su piel tersa envolviendo la belleza inhumana que ostenta?. Imposible. Por desgracia, la inflexibilidad mental de la gente me impide disfrutar de una vida abrazado a la Consorte, y tarde o temprano acabarían por intentar arrancármela de los brazos, sin tomar en cuenta el importante daño que obrarían sobre ambos. Pero ella ya ha dispuesto los hechos para evitar semejantes contratiempos.
Partiré en 3 días, me iré junto con ella más allá, a donde los tentáculos desgarradores de la humanidad no puedan tocarme, donde tenga asegurada una vida intensa y plena junto con ella, llena de la alegría que no habita esta tierra, privada de dolor y separaciones. Estoy convencido de que seremos inalcanzáblemente felices por siempre, y que nunca nos separaremos.

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