El Caballero de la Rosa (1)

El Caballero de la Rosa (Capítulo 1)

Castillo de Camelot. Sede del Rey Arturo y los 150 Caballeros de la Tabla Redonda. Es principios del siglo XI después de Jesucristo. El papa Urbano II ha ordenado organizar una gran tropa de caballería para combatir contra los sarracenos que ocupan la Tierra Santa después de haber sido un rotundo fracaso la organizada con gentes de los pueblos dirigida por Pedro el Ermitaño y Gualterio sin Haber. En la sesión extraordinaria presidida por el Rey Arturo se encuentran los 150 caballeros al completo. Están decidiendo quiénes desean ir a esta segunda cruzada bajo los líderes Godofredo de Bouillon, Raimundo de Tolosa y Bolemundo de Tarento. De aquel total de 150 caballeros, 123 se levantan y dan el debido juramento de ir a combatir. Todos parten a ponerse bajo el mando de los líderes citados.

Sólo quedan en Camelot los siguientes 27 caballeros: el Rey Arturo de Pendragón, Sir Lanzarote del Lago (su brazo derecho), Sir Perceval de Gales (su brazo izquierdo) y el resto de favoritos: Sir Tristán de Leonis, Sir Balin, Sir Balan, Sir Gawain, el Rey Pellinore, Sir Lamorack de Gales, Sir Tor le fiere de Vay Shours, Sir Ganis, Sir Dagonet el caballero bufón, Sir Lionel, Sir Héctor de Maris, Sir Gareth de Orknay (llamado “Beaumains”), Sir Owein, Sir Boores, Sir Breunar le Noire, Sin Mordred, Sir Agravin, Sir Agloval, Sir Galahad y Sir Bedevere.

Aquellos 27 héroes legendarios están tratando un asunto más importante a resolver que lo de participar en Cruzadas… aunque lo suplique el mismísimo Urbano II. No están interesados en ninguna clase de luchas religiosas. El asunto que están tratando de resolver es cómo poder, alguno de ellos, encontrar el mítico Santo Grial. En medio de las deliberaciones se escucha el sonido de los cascos de un caballo…

– !!!Caballero a la vista!!! – grita el centinela del puente levadizo.

El Rey Arturo, junto con su brazo derecho Sir Lanzarote del Lago y su brazo inquierdo Sir Perceval de Gales, salen rápidamente hacia el patio interior del castillo. No tienen, en su agenda de trabajo, ninguna visita concertada con caballero alguno. Cuando llegan a la puerta y suben a las almenas divisan el horizonte. En efecto, un caballero desconocido se dirige hacia Camelot. Por más que fuerzan sus vistas no reconocen, en absoluto, quién puede ser aquel misterioso personaje. Así que, con el alma en vilo, ven cómo el citado caballero llega hasta la orilla del lago que circunda a Camelot.

El rey Arturo, todo sorprendido, alza la voz.

– !!Quién sois que os atreveis a venir a Camelot sin haber sido invitado y de qué comarca procedéis!!-

El caballero desconocido no contesta, sino que sigue esperando firme sobre su caballo, con su escudo en el brazo izquierdo y su espada enfundada en su costado derecho.

– ¡Será mejor que le dejemos entrar! – dice, nervioso, Lanzarote del Lago.
– ¡Yo opino lo mismo; es importante que bajen el puente levadizo! –añade, también nervioso, Sir Perceval.
– !!!Bajad el puente!!! – brama, en medio del anochecer, e igualmente nervioso, el Rey Arturo.
Los tres se dirigen precipitadamente hacia la puerta principal del Castillo de Camelot, mientras el caballero enigmático cruza el puente lentamente. Por fin llega a la entrada del Castillo…

– ¡Veo que lleváis una J en vuestro escudo de armas! – le dice ya con voz más apaciguada el rey Arturo.
– Efectivametne. Es una J de azur.
– ¿Qué extraño Castillo es ese que lleváis, de color dorado, en vuestro escudo?. ¿Y esa corona roja qué significa?.
– Ahora no interesa nada de eso. No es hora de dar explicaciones. Sólo quiero saber si me podéis dar posada por una noche en vuestro castillo.
– La gran mayoría de mis caballeros han salido ya hacia la cruzada contra los sarracenos, así que hay mucho lugar disponible. ¡Podéis pasar y sentiros como en vuestro propio hogar!.

El incógnito caballero entra lentamente con su caballo y se baja de él, mientras un paje lo lleva a las cuadras para darle de comer y beber. El rey continúa dirigiéndose al caballero.

– Estábamos, los 27 caballeros que somos ahora, intentando resolver cierto problema. Con la llegada de vos, queda solucionada al ser ya 28. Bueno ¿si vos queréis?.
– ¿De qué cuestión se trata?.
– Primero comamos y bebamos grandemente para celebrar esta dicha- -interviene Lanzarote mientras le presenta su mano al caballero desconocido. Éste da la mano primeramente al rey Arturo y despúes a Perceval. En tercer lugar le da la mano a Lanzarote que se siente, por ello, gravemente ofendido… pero se guarda el rencor para sus adentros.
– En realidad yo sólo deseo cenar frugalmente e irme a descansar en paz.
– ¡Qué decís! –exclama el Rey Arturo- todo caballero que es invitado a Camelot debe, como obligación, comer y beber sin tener en cuenta nada más.
– Salvo hacer el amor querráis decir, Rey Arturo – le contesta el desconocido.
– ¡Eso se da por sabido! – interviene Sir Perceval.
– Bien. Dejemos de hablar tanto –dice ahora Sir lanzarote- y pasemos al comedor.

Aquella noche los 27 caballeros de la Tabla Redonda comieron y bebieron en gran abundancia. Solamente el cabalero desconocido comió y bebió con la moderación a que estaba acostumbrado.

– ¡Veo que coméis y bebéis poco! – le interpeló Lanzarote del Lago.
– Yo, sin embargo, veo que coméis y bebéis demasiado – contestó pausadamente éste.

Lanzarote del Lago volvió a guardarse para sus adentros la ira…

Una vez hartos de comer y beber, con media borrachera a sus espaldas, el Rey Arturo balbuceó.

– Esto… será mejor que vayamos al salón… de la Mesa Redonda…
– ¿Es en verdad necesario? –preguntó a su vez el incógnito caballero.
– ¡Totalmente necesario! –intervino Sir Perceval.
– – Vayamos pues… -respodió el caballero de la J en su escudo de armas.

Los 28 caballeros se dirigieron, a través de varios pasillos secretos, hacia el Gran Salón de la Mesa Redonda.

– ¡Vos primero, ya que sois el invitado! – señaló el Rey Arturo.
– No es esa mi costumbre. Suelo dejar pasar primero a los dueños de los castillos.

El Rey Arturo sonrió… y pasó primero al Salón, seguido del enigmático caballero, Sir Lanzarote, Sir Perceval y el resto de caballeros.

– ¡Me gustaría que os sentáseis en el asiento número 10, por favor!.
– ¡A mi me gustaría, sin embargo, sentarme en el asiento número 8; pero tampoco vamos a discutir por tal banalidad! –y el desconocido caballero se sentó mientras todos lo hacían en los lugares más próximos al rey. Lanzarote del Lago quedó, frente a frente con el desconocido.
– ¡Por vuestro aspecto y porte estoy seguro de que sois también celta como todos nosotros! –inició un diálogo el Rey Arturo con él, mientras los demás guardaban silencio, medio amodorrados por la cerveza y el vino…

El caballero desconocido sólo sonrió levemente…

– ¡Dejadme averiguarlo!. ¿Sois acaso de Glentoran?. Aunque no puede ser… porque conzoco bien todas las tierras galesas y en ninguna de ellas os he visto…
– No os esforcéis más. No soy galés. De momento prefiero guardar silencio sobre mi origen…
– ¡Entonces permitidnos, hasta que deséis decirnos de dónde venís, que os llamemos El Caballero 10!.

(Continuará)

4 comentarios sobre “El Caballero de la Rosa (1)”

  1. Toda la serie Completa (y capítulos) la podéis leer en el blog titulado “textale.com2 pues cuestiones técnicas me impiden hacerlo a través del vorem.com. Mañana sábado escribiré el último capítulo. Ya sabeis. Lo podíes ver leer completo en Textale.com

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