El Caballero de la Rosa (capítulo 3)

El silencio fue roto por Sir Gawain
– ¿No deseáis nacionalizaros celta galés en este momento?. !Sólo tenéis que hacer un juramento de fidelidad y el mismísimo Rey Arturo os nacionalizará inmediatamente!.
– !!Por supuesto que sí!! – exclamó Arturo.
– Ni soy celta galés ni deseo serlo. No renunciaré jamás a mi nacionalidad. Por cierto, Sir Gawain… ¿qué opináis sobre el arte de trovar canciones de amor a mujeres casadas?.
Sir Gawain no respondió cosa alguna, sino que dio un largo trago de su copa de vino.

Todos los caballeros allí reunidos comenzaron a murmurar en voz baja y entre sí ante la situación a la que había llegado aquella reunión privada.
– ¿Cómo habéis entrado en el País de Gales sin ser celta? – se le encaró, de nuevo, Lanzarote.
– De la misma manera que vos, sin licencia alguna pero de forma licenciosa, entráis en los aposentos ajenos – dejó caer de forma indirecta Sir Joseph Del Oro.
Lanzarote del Lago, El Príncipe Valiente, enrojeció avergonzado, mientras el Rey Arturo no se enteraba de nada de lo que estaba sucediendo en aquel enfrentamiento verbal entre Lanzarote y El Caballero de la Rosa.
– Entonces -dijo Arturo- ¿cómo haremos la división exacta para obtener cuatro número pares si sólo somos 27 los caballeros dispuestos a la aventura de buscar el Santo Grial y la famosa Espada Excalibur… pues he de decir que antes de encontrar el Grial hay que hallar la Excalibur.
El Caballero de la Rosa sonrió, ligeramente. Él sabía que la verdadera espada Excalibur era la que colgaba del cinto del Rey Arturo. Pero guardó silencio y no dijo nada. Alguna razón oculta tendría el Rey Arturo para hacer aquella maniobra-
– Yo propongo algo – dijo Sir Galahad
– Propóngalo si lo desea pero no se ponga nervioso. Veo que estáis demasiado lanzado, sir Gawin. ¿Conocéis a Elaine de Carbonek?.
Ahora el nerviosismo hizo presa del aludido Gawin y de Lanzarote del Lago.
– !Dejemos estas historias personales! – propuso Sir Mordred.
– Os interesa demasiado dejar de lado estas cuestiones, Sir Mordred… pero no os preocupéis tanto, no es mi problema ni ocupa lugar alguno entre mis pensamientos más importantes.
Palidecieron la cara de Mordrad y del mismísimo Rey Arturo.
– Propongo que dejemos estos asuntos y brindemos con un buen vaso de vino.
– Esperad un momento Sir Tristán… que se me viene a la memoria ciertos rumores que he oído en las humildes aldeas y villas sobre la ambigüedad de una tal Isolda de Irlanda en vuestras relaciones.
El Rey Arturo intervino, rápidamente, para rebajar la tensión.
– ¿No queréis ahora tomar un buen vaso de vino con nosotros?.
– Prefiero, en estos momentos, un buen vaso de agua fresca si no os importa.
Todos los caballeros allí reunidos quedaron estupefactos mirando disimuladamente el rostro de Sir Joseph con un gesto de extrañeza en sus caras. ¿Beber agua en Camelot?. !Nunca nadie había visto tal atrevimiento en la Mesa Redonda!. !Era orden del Mago Merlín prohibir el beber agua en aquel lugar!.
– Va en contra de las normas del Mago Merlín tomar agua en esta Mesa, Sir Joseph -intervino Sir Agravin.
– No lo digo con malicia, sino que ahora necesito beber agua a estas horas, aunque ya sé que hay caballeros por aquí que son verdaderos maliciosos y embusteros.
Agravin quedó callado.
– ¿No lo dirá por mí, no es cierto? -respondió Sir Gareth de Orknay, el llamado “Beaumains” acariciando la empuñadura de su espada.
– No perdáis el tiempo, Sir Gareth… sois demasiado joven para morir. Es mejor que os dirijáis a la cocina y seáis vos mismo quien prepare unas buenas sopas de caldo de gallinas para todos nosotros excepto para mí que sólo os pido una jarra de agua fresca. ¿No os molestará verdad?. Pues es ya muy sabido por todos que os gustan las cocinas, especialmente cuando hay doncellas en ellas.
El llamado “Beaumains” se levantó a regañadientes y se dirigió a la cocina a preparar él mismo y todo lo rápido que pudo 27 platos de sopa de gallinas y una jarra de agua fresca.
– ¿Estáis ya bien cumplido, Caballero de la Rosa o como queráis llamaros? – protestó Sir Lamorak de Gales.
– Lo mismo que vos con la joven viuda Morgause.
– ¿Os atrevéis a acusarme de algo?.
– No. solamente quiero recordaros que un verdadero caballero nunca debe buscar los dineros de una joven viuda millonaria, sino que, por el contrario, debe ser el caballero el que le entregue todo su dinero a ella, sea viuda o sea soltera. En el supuesto de que desee casarse con ella y no engañarla con otras mujeres como vos hacéis.
– !Dejemos ya este enojoso asunto que se nos está escapando de las manos. Bastante sangre inocente hemos derramado y por culpa nuestra! -confesó, sin darse cuenta de lo que decía, el Rey Arturo.
– !Paz, Caballero de la Rosa!. !!Paz!! – imploró Sir Kay El Senescal.
– De acuerdo. Paz y elaboren ahora ustedes los cuatro grupos de caballeros que irán a la aventura de la búsqueda del Grial.
– ¿De verdad no deseáis incluiros en la lista para buscar dicho tesoro? – le rogó Sir Kay.
– No incitáis más sobre ese asunto. Yo soy un caballero libre y amo la libertad. No tengo ningún deseo de cambiar mis sueños. Es la última vez que lo digo. En base a mi libertad de elección decido no participar ni en la búsqueda de la Espada Excalibur, ni en la del Santo Grial ni en ninguna de vuestras aventuras amorosas. ¿Entendido?.
El Senescal, poniéndoos verde de envidia, comenzó a murmurar para sí mismo.
– ¿Podríais hacer el favor de decir en voz alto lo que murmuráis por lo bajo? – dijo el Rey Arturo.
– No tiene importancia, Sir Arturo – aconsejó El Caballero de la Espada – pues para escuchar sinrazones es mejor darse un buen paseo por el campo.
Sonrió el Rey Arturo, mientras el aludido pasó de inmediato del verde al blanco en su rostro.
– Yo propongo algo interesante – intervino Lanzarote del Lago.
– No sé que vais a proponer, mi querido Lanzarote, pero yo tengo una solución perfecta a este problema numero lógico -se dirigió con ternura el Rey Arturo al llamado Príncipe Valiente – ya que somos 27 y es imposible dividirlo en cuatro grupos pares la solución ideal es que sean sólo 24 los caballeros que irán a la aventura. 24 dividido por 4 resultan, exactamente, 4 grupos de 6 caballeros. Estábamos errados anteriormente. Ahora serán 6 los que irán hacia el este, 6 los que irán hacia el sur, 6 los que irán al oeste y 6 los que irán hacia el norte. Grupos de pares.
Sonrío una vez más El Caballero de la Rosa…
– ¿Y cómo se puede hacer eso? – divagó Lanzarote.
– Es mu fácil mi querido Lanzarote – dijo el Rey Arturo – Basta con que vos y mi también querido Sir Perceval se queden aquí, en Camelot, junto al Caballero de la Rosa y yo mismo.
– Os advierto que yo, cuando despunte el alba, seguiré mi camino hacia muy lejos de Camelot – explicó Sir Joseph Del Oro.
– !!!De acuerdo!!! – gritaron todos los presentes excepto Lanzarote y perceval.
– !!!Sí!! – volvieron a gritan todos en el mismo momento en que Sir Kay se puso a servirles calientes sopas de caldo de gallinas y la jarra de agua fresca para El Caballero 10.
– Bien. Así se formarán los grupos – dijo el Rey Arturo: los 6 que irán hacia el este serán Sir Tristán de Leonis, el Rey Pellinore, Sir Kay El Senescal, Sir Dragonet el caballero bufón, Sir Owein y Sir Agravin; los 6 que irán hacia el sur serán Sir Balin, Sir lamorack de Gales, Sir Griflet le Fise, Sir Lionel, sir Boores y Sir Agloval; los 6 que irán hacia el oeste serán Sir Balan, Sir Tor le Fiere de Vay Shours, El Rey Urien de Gore, Sir Héctor de Maris, Sir Breuner Le Noire y Sior Galahad, y los 6 que ir´´an hacia el norte serán Sir Gawain, Sir Gaheris, Sir Bors de Ganis, Sir Gareth de Orkney “Beaumains”, Sir Mordred y Sir Bedever.. ¿todos de acuerdo?
– !!!Si!!! – volvieron a repetir todos mientras comían ansiosamente sus sopas de caldo de gallinas y El Caballero de la rosa bebía tranquilamente un vaso de fresca agua. Pocos minutos después ya todos salían del Catillo de Camelot hacia las direcciones señaladas.
– Qué os parece, Caballero de la Rosa, si ahora nosotros 4 caballeros pasamos una agradable madrugada junto con la Reina Ginebra, mi hija Morgana y mis sobrinas Elaine e Isolda?.
– Por mi encantado estaré de ello. Pero os falta citar a la joven viuda Morgause.
– Cierto. Se me olvidaba.
El Rey Arturo hizo llamar a uno de sus lacayos.
– !Id de inmediato al Castillo de la joven Viuda Morgause y acompañadla hasta aquí. En realidad son muy pocas millas de distancia y en media hora estará con nosotros.
Y el lacayo del Rey Arturo salió rápidamente y a caballo para cumplir la orden.

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