El Caballero de la Rosa (capítulo 4 )

Era ya noche cerrada cuando los 4 caballeros y las 5 damas se reunieron, para tomar licores, en el salón privado del Castillo de Camelot, situado en las cercanías de Glastonbury, en el Somerset galés, próximo al río Avon.
La conversación iniciada por el Rey Arturo era bastante tediosa para las mujeres allí reunidas. Hablaban El Rey Arturo de Pendragón, Sir Lanzarote El Príncipe Valiente (su querido brazo derecho) y Sir Perceval de Gales (su querido brazo izquierdo) de cuestiones de cetrería. Las damas bostezaban y El Caballero de la Rosa sólo guardaba silencio.
– ¿No os gustan los temas de cetrería Sir Joseph Del Oro?.
– Sir Arturo… si no me gusta cazar palomas de día menos aún de noche como vos estáis aquí comentando y aún menos con la cobarde ayuda de halcones.

Rechazo cazar con halcones, aunque sean de la especie sacre como estáis contando, como rechazo comportarme como un buitre carroñero.
Lanzarote y Perceval se quedaron mudos.
– Bien. Tanto yo como mis queridos Lanzarote Y Perceval si vamos de cacería esta misma noche.
– Si. Salgamos rápido ahora que la luna brilla en su esplendor – dijo, alborozado Lanzarote.
– Eso es. Esta noche es buena para cazar palomas y hasta jabalíes.
– ¿Tampoco os gusta cazar jabalíes y hacer un verdadero festín de carne de jabalí? -se regodeó Lanzarote enfrentándose de nuevo al Caballero de la Rosa.
-Os vuelvo a repetir que nunca me comporto como un buitre carroñero. ¿Para eso habéis invitado a estas 5 damas?. ¿Sois acaso misóginos los tres?.
– !Venga!. !Venga!. ! Ninguna discusión ahora! -Dijo con voz grave el Rey Arturo- !Salgamos ya que la noche es propicia!.
Y los tres salieron de cacería rápidamente dejando en el salón privado a las 5 damas con el Caballero de la Rosa. Pero había, sin embargo, alguien más allí. Oculto tras el oscuro cortinaje del salón se encontraba El Mago Merlín astutamente escondido. Nadie se había dado cuenta de su presencia allí. El silencio que siguió a la partida de Arturo, Lanzarote y Perceval, lo rompió La Reina Ginebra.
– Por vuestro porte y presencia parecéis celta pero distingo unos acentos en su voz que me dice que no sois de estas tierras.
– Es que no soy celta ni galés ni de cualquier otro lugar.
– ¿De dónde sois entonces, valiente caballero?. !Decídmelo, por favor!. – rogó con ansiedad Morgana.
– De más allá del mar…
– ¿No seréis un trovador occitano? – se excitó la Reina Ginebra.
– !Decid que sí, que sois un trovador provenzal? – se emocionó Eliana.
Isolda también habló.
– !Verdad que sí sois un trovador!. !Por favor!. !Decid que sois un trovador!.
El Caballero de la Rosa se limitó a sonreír.
– !Por favor, sacadnos de dudas!. ¿Sois un trovador occitano? -imploró Ginebra.
– No.
– ¿Entonces sois un trovero?.
– No soy trovador occitano ni trovero franco.
– !No me decepcionéis diciéndome que sois un vulgar juglar de la plebe!.
– ¿Qué tenéis contra los humildes juglares?.
– Eso. Que son de la vulgar clase baja. Sin ninguna clase de estilo. Todos los caballeros que se dignen de ser tales se burlan de ellos jocosamente en su trovar.
– Pues no. No soy un juglar de aldeas pero no me importaría haberlo sido.
– Entonces… si no sois ni trovador, ni trovero, ni juglar…!Qué diantres sois!.
– Soy un segrer…
La Reina Morgana comenzó a memorizar.
– ¿Queréis decir que sois un poeta galaicoportugués?
– No exactamente del todo. Soy un poeta de Castilla pero tengo orígenes galaicoportugueses. De la lejana Extremadura precisamente. Así que me considero de la villa de Magerit pero nacido en la ciudad de los pacenses.
– ¿Qué ciudad es esa que yo no conozco?.
– Badajoz exactamente. Pero os repito que, en cuanto a los temas de segrer, me considero poeta de Magerit.
– He oído alguna vez hablar del Caballero Poeta. ¿Sois vos?.
– A veces me llaman Caballero Poeta pero lo normal es que me nombren como El Caballero de la Rosa.
La Reina Ginebra, Morgana, Eliana, Isolda y la viuda Morgause se estremecieron al unísono.
– ¿No me digáis que sois el caballero que regala rosas rojas a las prostitutas?. – estalló Morgana.
– Pues sí. Soy yo mismo, el conde Joseph Del Oro…
– !Qué vergüenza!. !Todo un conde regalando rosas rojas a las prostitutas de los barrios más bajos de las ciudades!. ¿No creéis que es una falta de caballerosidad imperdonable que estéis aquí en Camelot rodeada de verdaderas damas como nosotras? !Dios mío… un conde mezclado con las prostitutas!.
– ¿Tenéis algo en contras de las prostitutas, Morgana?.
– Me dan asco…
– ¿Y vos creéis que valéis más que ellas?.
– !!Grosero!! – explotó la dama Morgana mientras arrogaba su vaso lleno de licor hacia el rostro del Caballero de la Rosa… con tan mala puntería que fue a estrellarse contra el lujoso cuadro del retrato del Rey Arturo pintado por el famoso bohemio llamado Maestro Echternach.
– !Dios mío, qué desastre! ! Cómo se va a poner de furioso mi amado esposo! – gimió Ginebra.
– ! Yo opino que también sois un grosero al igualarnos con cualquier prostituta de baja estofa! – dijo Eliana.
– !Y yo también! -siguió igualmente Isolda, mientras la joven viuda Morgase permanecía en mudo silencio
– Por eso nada tenemos que hacer ninguna de nosotras aquí. Por lo menos las que somos decentes.
– ¿Sois en verdad tan decentes como pensáis? – se atrevió a decir El Caballero de la Rosa.
Inmediatamente, mirándole de forma iracunda, Morgana, Elaine e Isolda abandonaron inmediatamente el privado salón de Camelot para dirigirse a sus habitaciones situadas en el primer piso del Castillo. Todo ello ante la presencia oculta del Mago Merlín que permanecía atento a todo lo que veía y escuchaba sin ser visto por nadie.
Es entonces cuando se atrevió a hablar la joven Viuda Morgause.
– !Caballero de la Rosa!. !Estoy deslumbrado ante su serenidad y aplomo!. !Sois soltero!.
– !Si, señora!. !Soy soltero y virgen!. !Y no como otros que yo sé!.
La joven viuda se ruborizó.
– ¿Deseáis casaros conmigo?. !Tenga tanto dinero que no os faltaría absolutamente de nada!. Tendríais de todo y de lo más lujoso que podáis pensar!.
– !Señora!. Muchas gracias por su oferta… pero jamás me casaría con una mujer por interés económico… y también he de decirle que no soy segundo plato de mesa ni plato de se segunda mesa… ¿me entendéis ahora?.
– Yo ya no tengo nada que hacer aquí entonces. Le pido perdón y deseo retirarme a mi Castillo si no se arrepiente antes y acepta mi suculenta oferta – dijo mientras enseñaba partes de su hermoso cuerpo al Caballero de la Rosa y ante la notable excitación de Ginebra.
– No sigáis destapándoos Señora. Guardad eso para otro caballero o lo que sea.
La joven viuda Morgause se volvió a tapar sus partes descubiertas y salió del salón sin volver la cabeza atrás y sin despedirse ni de Sir Joseph Del Oro ni de Ginebra, la cual estaba ya excitadísima.
Una vez solos Ginebra y el Caballero de la Rosa, quienes no sabían que El Mago Merlín seguía escondido tras el cortinaje, se produjo un par de minutos de tremenda tensión. Se oía el jadear de Ginebra.
– Eso quiere decir que si sabéis lo de los asuntos amorosos de las damas de esta corte también sabéis de lo mío con Lanzarote.
– Efectivamente. Sé que ponéis los cuernos al Rey Arturo con su brazo derecho, Sir Lanzarote del Lago, también conocido como El Príncipe Valiente. Me hace gracia que un Príncipe actúe así y menos que se llame Valiente por ello. ¿Cómo llamáis vos al perro que muerde la mano del amo que le da de comer?.
Ginebra se sentía tan excitada que comenzó a desvestirse de cintura para arriba hasta quedar son ropaje alguno.
– ¿Qué pensáis ahora de mi?. ¿Os apetezco?. Si lo hago con Lanzarote no pecaré más haciéndolo con vos. Y podéis llamarme puta por eso pero yo os deseo en la cama. ¿Os apetezco?.
El Mago Merlín ya no necesitaba oír ni ver más. Así que se deslizó suavemente y sin ser descubierto salió del salón privado del Castillo de Camelot.
– Escuche, Reina Ginebra, yo nunca jamás me he cruzado en los amores de ninguno de mis amigos ni tampoco de ninguno de mis enemigos. Jamás he hecho tal acción desleal y deshonesta y mucho menos con mujeres casadas. Jamás. Ni con mujeres casadas ni con mujeres solteras ni con mujeres viudas por muy bellas que seáis. Y seguiré dentro de unas horas mi camino…
Ginebra encajó el golpe sin dudar. Estaba segura de que aquella noche tendría al Caballero de la Rosa haciéndole el amor en su cama.
– Sir Joseph. Si os entra el placer en cualquier momento estaré completamente desnuda sobre la cama. Mi habitación privada es la número 7. No tenéis más que subir que allí estaré esperando.
Efectivamente, Ginebra subió a su habitación, se desnudó por completo y esperó, desnuda por completo, sobre la cama, al Caballero de la Rosa.
(Continuará)

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