El “Chato” Brayan.

– ¡¡Vamos, “Chato”, tienes que acabar de una puñetera vez con él o no volverás a tener ninguna otra oportunidad más y regresarás a tu miserable vida de limpiabotas!!
– ¡Eso estoy intentando hacer, “Buitre Kid”! Pero ese “Puños de Oro” es mucho más joven que yo, es mucho más ágil que yo y es mucho más inteligente que yo.
– ¡¡Escúchame de una puñetera vez en tu vida, “Chato” Brayan!! ¡¡Esto no es cuestión de ser más joven, de ser más ágil o de ser más inteligente!! ¡¡Sólo tienes que machacarlo con un par de ostias!! ¡¡Pon coraje, “Chato”!! ¿Cómo es posible que ese simple muchachito te esté aguantando ya siete asaltos a pie? ¡¡Quiero que lo tumbes en el próximo asalto y el proximo asalto es el octavo!! ¡¡Nos estamos jugando la posibilidad de vivir los dos una vejez a todo lujo!!
– ¿Por qué no subes tú a pelear contra él si crees que es tan sencillo?
– ¡¡Si yo tuviese la oportunidad que tienes tú de ser el triple campeón de los gallos te aseguro que lo había tumbado antes de que llegáramos al primer minuto de pelea!! ¿Tienes o no tienes espolones, “Chato”? ¡¡Demuestra que eres un hombre!!
– ¡¡Tócame los huevos si quieres comprobarlo, “Buitre Kid”!! ¡¡No eres más gavilán porque entonces serías de verdad un buitre carroñero!! Pero gane o pierda este combate es la última vez que te quiero ver en mi jodida vida.

La rubia platino de las infinitas piernas subió al ring portando aquel fatídico número 8 en su cartelón. “Chato” Brayan la miraba como si fuese la fruta prohibida que, si ganaba en esta ocasión, caería en sus forzudos brazos de los bíceps súper abultados como perita en dulce. ¿Cómo sería aquella muñeca en los juegos de cama? ¡Quería comprobarlo! ¡Quería vencer para llevarse a la muñeca y mandar definitivamente a “Buitre Kid” al carajo! Las luces del pabellón le herían las abiertas cejas. Aquel cabrito de tan sólo 20 años de edad, que se hacía llamar “Puños de Oro” no tenía suficiente potencia para hacerle ningún daño pero sabía dónde colocar los golpes para conseguir la mayoría de los puntos de los tres jueces y, sobre todo, poseía una técnica increible para esquivar todas sus embestidas. Siempre que lo acorralaba contras las cuerdas, el jovencito salía indemne del acoso y puntuando con algún golpe efectivo, carente de la suficiente potencia para ser un “killer”, pero sí un verdadero experto en sortear el peligro mientras giraba en torno a él con una movilidad de piernas que ya a “Chato” Brayan le era imposible poseer. Lo que más le dolió, dentro de su alma de boxeador intratable era aquella esplendorosa sonrisa que la modelo del cartón número 8 le había dirigido a “Puños de Oro”. Por eso salió en tromba nada más sonar la campana.

– ¡¡¡Cuidado, “Chato”, cuidado!!!

El aviso de “Buitre Kid” había llegado demasiado tarde. El puño derecho del jovencito había impactado en la nuez de la garganta del veterano de las mil y una batallas que cayó, como un muñeco de trapo, a la lona. Antes de cerrar los ojos representó su último sueño…

– ¿Y dices que te llamas Mariló?
– ¡Sí, guapo! ¡Mari por lo de María y Ló porque soy de Louisiana! ¿Verdad que soy muy inteligente, “Chato” mío?

Sin saber por qué, “Chato” Brayan comenzó a cantar…

– ¡Bésame… bésame muchoooo… como si fuera esta noche la última vez!
– ¡Calla, tonto! ¿No ves que esto es el inicio de nuestro eterno romance?

En el velatorio del cuerpo yaciente de “Chato” Brayan no estaba ninguna rubia platino de piernas infinitas…

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