OLAVI SKOLA:
Al llegar a la casa de campo donde me alojaron fui recibido en el jardín por un señor un poco mayor, junto a su mujer e hijos. Me arroparon en la unidad familiar desde el primer momento. Eramos totalmente desconocidos pero en cada uno de nosotros había algo que nos unía: el Espíritu de Dios que moraba en cada uno.
Aquellos anhelos de un hogar, que en los oscuro de mi sótano habían surgido y que por aquel entonces me habían destrozado, ahora eran realidad sentado en una mesa tomando café; podía disfrutar de un agradable ambiente familiar. Después de tomar ca´fé y de compartir nuestra fe, me retiré al cuarto que me habían asignado. Cerré la puerta. Quería estar solo, ya que anhelaba postrarme delante de Dios con la Biblia recién estrenada abierta en el suelo. Las lágrimas inundaron mis ojos, sentí que había encontrado aquello que durante 24 años había perdido. Sentí que Dios me amaba y dejé que Él me amara.
Antes, hasta la misma palabra amor me daba asco, para mí era puro teatro. Recuerdo cuando mi madre intentaba acariciarme y yo me enfadaba y la rechazaba. Si alguien me decía que le caía bien esto me bloqueaba interiormente. Pero ahora, ahí, en el suelo de mi habitación, después de estar varios días bajo un sentimiento de pecado y de temor frente a la Santidad de Dios, estaba abierto a su amor. Como un bebé que balbucea mirando maravilado el rostro de su madre, así yo también con mi alma abierta miraba el rostro de Dios. Pasé leyendo la Biblia y llorando los primeros días, como ese hombre que des´pués de estar pereciendo en el desierto durante mucho tiempo, encunetra un vergel y quiere quedarse allí descansando.
La Biblia me hablaba de mí y para mí, yo solamente asentía. En realidad no sólo estaba leyendo ese libro sino que lo estaba viviendo. Cuando salía al campo a trabajar tenía deseos de volver junto al libro y sumergirme en sus aguas limpias y refrescantes.
La señora de la casa creía que me estaba pasando, pero yo no lo creía así. Leyendo ese libro me sentía como en un refugio, mi mente encontraba aguas seguras y buenas. Ahora comprendo por qué tenía tanta hambre de la Palabra de Dios. Durante años este mundo tan frío no pudo satisfacer mi necesidad de ser amado y ahora esta carencia resurgió con una fuerza descomunal. esto me ayudaba a mantener separados mis pensamientos del pasado, atándome al milagro de la nueva vida.
JOSÉ ORERO
Al lado del campo, pero en plena ciudad urbana de Madrid, el comienzo de una nueva vida junto a mi Princesa Lina y mis dos princesitas, productos de nuestro matrimonio cristiano, comencé a vivir una realidad totalmente diferente. Ya sí que no me importaban ni los enemigos ni los falsos amigos. Para mí, el tiempo de ocio (además del deporte) consistía en estar junto a mi esposa y criar a mis dos hijas con las cuales paseaba todas las tardes y todas las noches, mientras se me curaban las heridas sufridas en aquel infernal laberinto bancario.
Era una vida feliz. Tuvimos varios coches muy sencillos, incluso pasados de moda, pero viajábamos en ellos toda la familia y nunca nos faltaban los chistes, las alegres canciones infantiles y la sana diversión. El mundo, aquel viejo mundo del pasado, estaba más allá de nosotros… en verdad que ya estaba más allá de nosotros. Éramos como niños jugando a ser felices en nuestra pequeña pero alegre vivienda.
Las idelologías políticas (a las cuales nunca jamás me había afiliado pues nunca fuí de ningún Partido) y las ideologías sindicales (a las cuales nunca jamás me había afiliando pues nunca pertenecí a ningún Sindicato) me resbalaban ya por completo. Yo seguía siendo un “ideálogo” independiente y autónomo. Y ahora me importaban menos que nunca. Ahora ya era plenamente cristiano en plena fase de madurez y los ideólogos de izquierdas (con los cuales había estado luchando en las diversas crisis sociales de España) ahora ya los tenía olvidados por completo. Ya las trampas de aquellos callejones sin salida no me “levantaban de la cama”. Quiero decir que aunque caía en algunas seguía levantándome y saltando las barreras. Ya no me interesaba para nada las noches en las calles de la falsa libertad. Aún asi seguí al lado de algunos de ellos gritando LIBERTAD pero, para ser sincero y honesto, lo que más me preocupaba era mi liberación. Salir de aquel laberinto infernal. Como había renunciado voluntariamente a cualquier tipo de jefatura la rabia de los “pequeñoburgueses” era mayor. Más insultos. Más ataques. Más lucha. Y yo sonreía y veía la Gracia del Espiriru de Dios dentro de mí. La confusión en el Negociado de la Muerte era total. Aquel hombre que era yo, volvía a ser un chaval de dieciocho años de edad y me comportaba como un chaval de dieciccho años de edad. Llamadlo como querráis pero para mí era un milagro. Como España ya había alcanzado la plena Democracia yo era feliz y no me preocupaba más luchar por nadie más que por mi Princesa y mis dos princesitas. Que me llamasen egoista era sólo una más de sus muchas falsedades y mentiras. Y a los “pelotas” que ahora me quería adular no les hacía caso porque no me importaban absolutamente para nada. Yo era feliz y seguía luchando… mientras muchos de ellos habían sido falsos luchadores… Tampoco me importaba saber quiénes eran y quiénes no eran.